25 marzo 2008

Tíbet, el triunfo mediático de las medias verdades

La figura del Dalái Lama fue creada como virrey vasallo
del Imperio Mogol y en el siglo XVIII se puso al servicio
de la monarquía china para conservar sus privilegios

El Tíbet es una de las últimas modas informativas...
Pero, ¿cuál es el pasado del Tíbet?, ¿es cierto que la pertenencia del Tíbet a China y los vínculos Tíbet-China carecen de historia y son hijos de un episodio acaecido en el siglo XX?, ¿a qué se debe la existencia en el Tíbet de un sustrato social que alimenta la sinofobia?
Las primeras referencias documentales del Tíbet datan del siglo VII y, que se sepa [el conocimiento es una cosa y creer es una actitud "religiosa" o basada en el interés], excepto durante parte de los siglos VII y VIII en que el budismo tibetano creó una especie de imperio religioso, hasta el siglo XI --en que el Imperio Mogol invadió la región-- la extensa altiplanicie situada al norte del Himalaya constituía un mosaico de pequeñas monarquías y ciudades-estado carentes de un poder  político común y relacionados solo entre sí, con Nepal y con China, lo cual era radicalmente lógico por razones geográficas... ¡y prehistóricas!, debido a que la presencia de personas de la etnia han y en menor cuantía de otras procedentes del norte y del este (la actual China) desde el Neolítico --¡hace 30 siglos!-- está probada.
Los nobles locales del antiguo y breve imperio de base religiosa y de las comunidades de sacerdotes budistas, de forma similar a la de los señores feudales y la curia de Europa, controlaban la moral (leyes) y en cuanto podían o les dejaban, controlaban todo, máxime la fiscalidad.
Esos poderes locales o comarcales se caracterizaban por ser personales (monarquías teocráticas) y porque imponían un modelo social rigurosamente estratificado, amén de valores, dogmas y leyes  religiosas.
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[INCISO: El concepto de dios en Oriente es bien distinto del occidental, pero el excepcional afán de los o menos excepcionales sacerdotes budistas por dominar moral y económicamente a la población apenas difiere del que caracteriza a las iglesias de origen cristiano --en especial la católica o de Roma desde el siglo III-- y al islamismo yihadista]
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Esa casta dirigente pervivió en la difusa región del Tíbet hasta bien entrado el siglo XX. Además, el Tibet fue siempre tierra de arribada de numerosos migrantes, familias, clanes y tribus de procedencia dispar, pero que en su inmensa mayoría procedían del norte y del este; es decir, eran migrantes de etnias a las que cabe agrupar como chinas.
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[INCISO: Llegados a este punto, es obligado insistir en que China nunca ha estado habitada por una sola etnia o nación, aunque los han siempre fueron y siguen siendo muy relevante mayoría en la mitad oriental y costera del gigante asiático, que siempre ha sido la zona más poblada]
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Siglo XI:
El Imperio Mogol
"inventó" el Tíbet
al otorgarle calidad
de país o nación  

Los monarcas locales y comarcales del Tibet, incluidos los abades de los monasterios budistas, fueron independientes hasta finales el siglo XI, si bien ni los poderes mogoles ni los chinos casi nunca pusieron empeño en ejercer un dominio directo.
El ámbito territorial del Tibet antiguo --menor que el de la actual provincia china del mismo nombre-- estrenó su  existencia como país o nación  en el siglo VII de la mano de la religión, pero sin continuidad hasta el XI y a iniciativa de la monarquía mogol, germen del Imperio Mogol de la India [no confundir con el Imperio Mongol], que sustituyó a los chinos como referencia. Los mogoles constituyeron el primer poder que ejerció su dominio de forma indirecta pero efectiva, imponiendo leyes y criterios de gobierno que aplicaron todos los señores feudales tibetanos, entre los que destacaban los teócratas budistas. 
El dominio mogol, no obstante, era de base militar, no se ejercía de forma directa y en numerosos detalles solo era relativo, Delhi reconocía la soberanía de las "taifas" tibetanas y el único asunto que le interesaba y en el que el monarca y el ejército mogoles se aplicaban con rigor era la recaudación fiscal.
A fin de evitar el envalentonamiento de los señores locales y garantizar la continuidad de tan provechosos vasallajes, la autoridad imperial otorgó prerrogativas y protección especiales a varios guías budistas, en especial a los de la escuela de Sakya (fundada en el siglo X), lo que a la postre sentó las bases de lo que al paso de unos años sería (y es) la organización del budismo tibetano a modo de iglesia con normas, dogmas y un poder centralizado.
Aprovechando el respaldo mogol y antes de finalizar el siglo XIIlos teócratas budistas ya habían arrebatado el poder civil a casi todos los nobles locales y se erigieron en casta dominante, también en lo económico.
El poder civil del lobi religioso creció de forma tan meticulosa y profunda que el Imperio Mogol oficializó la figura del Dalái Lama como representante de lo que cabría describir como una federación de monarquías vasallas: así nació el que poco a poco se erigió, primero, en un especie de virrey espiritual con tan contumaz vocación de erigirse en caudillo, rey o jefe de Estado que lo logró en una breve ocasión y aún hoy alimenta ese proyecto. 
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[A modo de curiosidad, cabe destacar que el primer europeo que conoció el Tíbet y ofreció una primera visión del territorio a los occidentales fue un portugués, en el siglo XVII: el jesuita
António de Andrade]
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Siglo XVIII: 
Consolidación de los
vínculos China-Tíbet

El Imperio Mogol empezó a declinar en el XVII y mediado el siglo XVIII China devino otra vez en referente y poder político que mantenía "unidos" los minifundios tibetanos.
Fue entonces cuando arribó a Lhasa el primer comisionado han para imponer los criterios de gobernación chinos --como antes hicieron los mogoles-- en el Palacio de Potala, sede del Dalái Lama.
Organizado por el clero budista, en el palacio se ultimó y puso en marcha un plan para que el jefe religioso se autoproclamara monarca de un territorio que correspondía al 55 % de la actual provincia china del Tíbet, aproximadamente. 
La iniciativa de los religiosos partía de considerar que el relevo en el poder central de la ecléctica y gigantesca China, unido a las largas distancias, favorecerían la unidad política de todos los señores feudales --fueran o no religiosos-- y la imposición de una monarquía teocrática.
La rebelión contra el comisionado han, que fue asesinado, propició que el gobierno imperial de la dinastía Ching [o Qing, de origen manchú] despertara y descubriera que el budismo tibetano intentaba consolidar el golpe e independizarse como reino teocrático. El emperador ordenó una respuesta inmediata y militar para vengar el asesinato del comisionado y restaurar el estatus del territorio.
A partir de entonces el Tíbet, ya plena y definitivamente adscrito a China, vivió plácidamente hasta 1904, año en que el Imperio Británico, aprovechando la debilidad política y militar de la dinastía Ching, movilizó sus tropas y un contingente militar indio ocupó Lhasa.
La decisión de Londres estaba enmarcada en el largo contencioso que varias potencias occidentales poseedoras de misiones comerciales en la costa china mantenían desde siempre con sucesivos gobiernos de la dinastía Ching.
La ocupación militar de Lhasa tenía dos objetivos: abrir una ruta estable entre el Tíbet y la colonia británica del Indostán [aproximadamente, los territorios actuales de Bangladés, India, Pakistán y Sri Lanka (Ceilán)] con fines económicos y, en paralelo, servía para distraer atenciones y fuerzas chinas en las faldas del Himalaya, debilitando el agónico imperio de los Ching al verse obligados a alejar miles de soldados de la costa, donde estaban ubicados prácticamente todos los asentamientos y colonias de los países de Occidente.
La presencia inglesa en el Tíbet obligó a Pekín a aceptar un acuerdo para recuperar el control de Lhasa sin descuidar la costa, lo que consiguió otorgando más prerrogativas fiscales y comerciales a las concesiones territoriales de las que disfrutaba Londres; la más conocida y valiosa era Hong-Kong, pero no la única.


Pese a los acuerdos firmados, la situación social en el Tíbet siguió deteriorándose porque las maniobras e intrigas británicas alentadas desde la India no cejaron, hasta el extremo de que la autonomía tibetana quedó derogada y el Gobierno imperial asumió por primera vez la administración directa y total del territorio (1908), reduciendo la autoridad del Dalai Lama a su ámbito: el religioso.
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Palacio de Potala, en Lhasa, en la década de 1920.
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1911:
El clero aprovecha
la guerra civil china
para tomar el poder

En 1911, iniciada la guerra civil china que al año siguiente desembocó en el fin de la monarquía Ching, las tropas imperiales estacionadas en el Tíbet fueron trasladadas a Pekín y a la costa china para restaurar el orden, lo que fue aprovechado por el Dalai Lama para arrogarse los poderes civil y económico y erigirse en jefe de Estado de facto.
En 1913, asentada la primera república china y sin que el Dalai Lama hubiera logrado afianzar su régimen, el gobierno formalmente autónomo del Tíbet y de la llamada Mongolia Exterior reconocieron su pertenencia a China, hito este que en el caso tibetano fue reforzado mediante el tratado que en 1914 suscribieron representantes de la élite tibetana --incluida la curia budista--, del gobierno central chino y del imperio británico en la llamada Convención de Shimla, ciudad donde tenía sede el gobernador británico del norte de la India.
Entre otras cosas, aquel acuerdo declaró inexistentes los supuestos derechos de Londres al norte del Himalaya: el propio Imperio Británico reconoció expresamente que sus pretensiones carecían de base y renunció a perpetrar nuevas agresiones desde la India.
Pero una vez más, el Reino de Inglaterra jugó sucio. Recién suscrito el pacto, un grupo de dirigentes religiosos y económicos tibetanos fueron invitados a reunirse con emisarios ingleses para suscribir un pacto secreto y un proyecto cuya expresa finalidad era aprovechar la más mínima situación de emergencia o debilidad china para segregar el sureste del territorio tibetano y unirlo a una demarcación india, concretamente la que hoy corresponde al del Estado de Arunachal Prades (extremo nororiental de la actual Unión India, al norte de Bangladés) para crear un vasto protectorado británico adscrito a la colonia inglesa del subcontinente indio y sus flancos, a este y oeste, desde la actual Birmania (Myanmar) hasta Baluchistán.
La operación fracasó, pero muchos años después --tras la declaración de independencia de la India-- el primer gobierno de Nueva Delhi, espoleado por Londres, reclamó el territorio acordado en aquel viejo pacto sellado entre los conspiradores británicos y los sediciosos tibetanos.
Esa inglesa pretensión india y el pleito nunca resuelto de Cachemira [donde China también dice tener derechos en la franja norte del país de los sij] están en el origen del hoy ya podrido y sólo en parte superado enfrentamiento Pekín-Nueva Delhi que provocó la breve e inútil guerra de 1962.
En todo caso, con el paso de los años y una vez finiquitada la intrigante presencia del Imperio Británico en el centro y sur de Asia, el Tíbet perdió interés para Occidente hasta que finalizada la Segunda Guerra Mundial y con la revolución maoísta ya en marcha, el Dalái Lama aprovechó la impericia y las debilidades de la nueva China para con el apoyo de Gran Bretaña y EE UU erigirse en fundador y autócrata de un Estado tibetano.
Esa aventura del pacífico y espiritual líder religioso acabó en 1950, cuando tras fracasar varios intentos pacíficos de restituir el estatus autónomo del territorio, Pekín envió un contingente militar y derrocó al teocrático monarca sin apenas enfrentamientos armados, si bien el Dalai Lama aún mantuvo ciertas prerrogativas durante casi un decenio.
En los años cincuenta y sesenta del siglo XX fracasaron varios intentos de las potencias occidentales --ya bajo patrocinio de EE UU-- de desestabilizar el Tíbet, aunque el objetivo real de esas operaciones era debilitar a la República Popular China, lo de menos eran los tibetanos.
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Tenzin Gyatso, 14.º Dalai Lama, recibe
la Medalla de Oro del Congreso de manos

de George Bush jr., en presencia del senador
Robert Byrd y de Nancy Pelosi.
El proyecto teocrático
y el tirón mediático
del Dalái Lama constituyen
el alimento básico del conflicto

Un breve repaso desapasionado de la Historia invita a denostar los maniqueísmos que caracterizan los análisis y las interpretaciones de las actuales revueltas religiosas.
En todo caso, dando por hecho que el régimen político chino acusa deficiencias, la alternativa racional y democrática para el Tibet --siga o no formando parte de China-- no es en ningún caso la encabezada por el Dalái Lama.

[A propósito de la moral del Dalai Lama, es muy conveniente e instructivo leer el texto «Tradicional para usted, científica para su santidad.
Transcripción de una de las notas que complementan el texto enlazado:

«Oficial y oficiosamente, sobre todo en los despachos de los "periodistas del misterio", se omite que hasta 1959 el sonriente tipo de las gafitas y la sonrisa imborrable era el jefe de una teocracia que no trataba al pueblo tibetano mejor de como lo tratan los chinos. 
«El propio Dalái Lama (el mismo, sí, ése de las gafas y la sonrisa) regía un país cuya economía dependía de la servidumbre feudal. Cuando niño, si alguien cometía algún atroz delito contra el rey-dios Dalái Lama, no era infrecuente que los condenara a recibir latigazos en cantidades generosas, a la amputación de la nariz y las orejas y otras cosas que no parecerían coincidir con su visión de "hombre de paz" que la publicidad impulsa hoy. 
«Así lo consigna el libro A portrait of lost Tibet, donde los autores narran, sobre su viaje de 1942-43: "El castigo más común son los azotes: 100 latigazos no se consideran graves en caso de un delito menor. Por atraco, bandolerismo armado o asesinato, la pena es la pérdida de una o ambas manos, o piernas, que se cortan por encima de la rodilla. Para sellar las arterias, los muñones se sumergen de inmediato en aceite hirviendo, pero el Changchi (oficial del gobierno) se queja de que muchos culpables mueren después de la amputación de las piernas." Un inconveniente, sin duda, pero el Changchi reconoció a los autores (del libro) que después de una fuerte pena de latigazos propinados en las nalgas y un poco más abajo "el culpable pocas veces puede volver a caminar, debido a que los músculos y tendones quedan destruidos"»] 

Los conflictos socioeconómicos y religiosos que se ventilan en la región china del Tíbet son en parte similares --que no iguales-- a los registrados en Singkiang, donde el islam es mayoritario, por poner otro ejemplo de territorio eminentemente rural, con identidad cultural propia y una curia poderosa, en este caso islámica.
La diferencia fundamental entre Sinkiang y el Tíbet radica en que bajo las faldas del Himalaya "mueven los hilos" los simpáticos sacerdotes del budismo de la medieval escuela Sakya y su líder, personaje mediático que ha sido premeditadamente lavado y mitificado por y en Occidente: el simpático Dalái Lama, cuyo significado y su papel histórico han sido embellecidos con hermosas mentiras por razones geopolíticas. 

ENLACES a ePáginas que ayudan a conocer mejor las sociedades asiáticas en general, en especial la china: CASA ASIA y OBSERVATORIO DE LA POLÍTICA CHINA.

TEXTOS de interés: 
"El cuestionable Dalái Lama", por Mauricio-José Schwarz;
"Sombras del Tíbet", por Bernardo Muñoz;  
"Cinco preguntas sobre el levantamiento del Tibet", por Michel Collon, y  
"Por el pueblo del Tíbet y contra el feudalismo lamaísta", por José Antonio Egido.

5 comentarios:

  1. Claro, pero es que la represión siempre general simpatía con el reprimido. La solidaridad es con el vencido, no con el vencedor. Y dicho eso, nadie puede negar que el dalai lama es un excelente relaciones públicas: resulta muy difícil decir una sola palabra negativa sobre él.

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  2. Resulta difícil decir una sola palabra negativa sobre el Dalai Lama porque él nunca dice una palabra negativa sobre nadie. Estoy con el Tíbet y con el Dalai Lama, ya lo estaba antes de todo este conflicto y ahora más todavía. Hoy mismo China decía que lo que iba a hacer era incrementar las campañas de "educación patriótica" para alejar a los tibetanos del Dalai Lama... El Dalai Lama no pide la independencia, simplemente pide que se respete la cultura tibetana. Y me parece estupendo que esté pasando ahora, que por fin el mundo mire hacia el Tíbet y se haga algo.

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  3. La verdad es que estamos muy aborregados por lo que nos venden, y ni tan siquiera nos preocupamos de saber un poco más. Gracias por la información.
    Un abrazo.

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  4. Excelente revisión histórica de un tema que por desgracia nos resulta un poco lejano. Y sin ser especialista en el tema, hecho de menos alguna referencia sobre la revolución cultural de Mao que creo (y lo digo sin doble sentido) intentó extirpar de raíz cualquier vestigio budista de la nueva China.

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  5. Muy buen contexto...
    EEUU necesita otro estado-tapón en la zona.

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