14 julio 2011

Al parecer, Fernando Savater también es víctima de la idiocia que asuela las Españas

El filósofo profesional Fernando Savater ha participado esta semana en los cursos de verano de El Escorial y durante su conferencia ha opinado sobre el movimiento 15-M, que le ha servido de «tontómetro» para medir el grado de estupidez y de cinismo existentes en España.
Savater, cuyo sentido común está fuera de toda duda [conste que sentido común y razonamiento son cosas distintas] ha añadido que el 15-M también le ha servido para confirmar que el oportunismo es norma en la vida política oficial.
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[Francamente, es descorazonador que una persona instruida dedicada profesionalmente a pensar haya necesitado el 15-M para darse cuenta de lo que es evidente desde hace años y años]
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Dejando de lado tan pobres aportaciones al pensamiento, de la comparecencia del filósofo en El Escorial cabe destacar una frase que convierte al filósofo profesional en un pensador prescindible. Ha dicho lo siguiente, textual:
«Vengo de una parte de España [Vasconia] en la que algunos padres transmiten a sus hijos que está bien matar a guardias civiles»
¿Cuántos padres inculcan odio?, ¿ahora más que antes de 1975?, ¿eso de enseñar a odiar es genético?, ¿es un fenómeno reciente?, ¿por qué ocurren esas cosas?... 
Que nadie se llame a engaño, Savater persona merece respeto pero Savater filósofo parece empeñado en estropearse.
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Los odios todavía existentes son viejos y casi todos de origen harto conocido
Dando por cierto que en Euskadi --¡y en otros territorios de las Españas!-- hay padres que enseñan a sus hijos a odiar --que suman cuatro gatos, todo sea dicho--, resulta que todos cuantos tenemos cierta edad fuimos educados y maduramos en una España en la que numerosos enseñantes, hombres públicos y miembros de la curia nos modelaban en base a principios político-morales como estos:
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a quienes hablaban en catalán, galego o euskera;
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a quienes no eran nacionalistas españoles (españolistas);
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a quienes no eran católicos;
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a los homosexuales;
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a las esposas infieles;
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a sindicalistas, masones, socialistas, comunistas, anarquistas...
* Menospreciar, odiar, reprimir, encarcelar o incluso matar a quienes filosofaban (= pensaban)
* etcétera, etcétera y etcétera.
¿Está intelectualmente enfermo el filósofo Savater?, ¿tan profunda es la barbarie intelectual que asuela las Españas que hasta los filósofos profesionales se han contagiado e incurren en el simplismo, la superficialidad y la idiocia?
Ciertamente, en los territorios de las Españas --¡no sólo en Euskadi!-- hubo y todavía quedan padres que enseñaban y enseñan a sus hijos a odiar a los guardias civiles o a los negros, a los ricos o a los pobres, a los rubios o a los que se hacen un pirsin, a quienes visten minifalda o a se tatúan, a los azules o a los rojos...
Sin embargo, puestos a denunciar pestes bubónicas mentales, un filósofo --máxime si cobra por pensar-- debería empezar por el principio.
¡Pobre filósofo!, confío en que el Ministerio de Cultura arbitre las medidas adecuadas para asistir a tan ilustre intelectual, que para colmo exacerba el fenómeno del odio y lo personaliza con grave riesgo de promocionar [sin querer, supongo] la violencia.
Filósofo Savater, como se dice en Galicia, vai rañala...

4 comentarios:

  1. Siento discrepar, pero el sentido común de Savater, a mi entender, nunca ha estado "fuera de duda". He leído en sus artículos de prensa, a lo largo de los años, enormes desatinos, y su miopía, su maniqueísmo y su simplismo en muchos análisis políticos y sociales suelen ser escalofriantes.

    Partiendo de que los ascos inspirados son asunto subjetivo, sí que comparto la opinión de que Savater, como filósofo, inspira asco. A mí me lo inspira. Que un FILÓSOFO, por definición amante de la reflexión y del conocimiento, se descuelgue con semejantes simplezas y simplificaciones, precipitaciones irreflexivas, jacobinismos y chovinismos españolistas es un hecho que a mí, a mi particular y personal psicología, le inspira asco y repugnancia.

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  2. ¡Cuidado, que igual raña mejor que filosofa! Y entonces los rañadores profesionales ¡estarían jodidos!
    Bien escrito. Apertas.

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  3. A ANTONIO P.,
    ¡Hombre!, sin ánimo de disculpar la última época de Savater, hubo un timepo en que aportó refexiones de interés, al margen de criterios personales.
    A MIGRAMUNDO,
    Rañar, rañamos todos en mayor o menor medida, pero de un tiempo acá Savater "raña" con tanto acierto que se podría dedicar profesionalmente.

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  4. Sí, bueno, parece ser que hace muchos, muchos años, Savater sufrió una conversión al estatalismo centralista que le abrió las puertas del distinguido mundo de lo políticamente correcto y también las páginas de la Prensa de gran difusión, El País, por ejemplo. Desde que la voz tonante lo derribara del caballo yo no le he leído nada de interés, e incluyo aquí los libros "profesionales", (filosóficos) que he soportado leer, donde no ví nada que no estuviese dicho antes y mejor (por personas como Russell, Moore, Carnap, Ayer, Warnock, etc).

    Volviendo al caso presente, Savater hubiese ganado en generalidad y ecuanimidad, y hubiese perdido en sectarismo, si en vez de afirmar que viene de una zona donde los padres inculcan ciertos odios a sus hijos, hubiese afirmado que viene de un planeta donde muchos padres inculcan a sus hijos odios a ciertos colectivos. Los galos inculcaban el odio a los romanos; los griegos clásicos, a los persas; algunos castellanos medievales, a los leoneses; el maquis francés inculcaba el odio a los alemanes y el mismo odio inculcaban a sus hijos muchos padres de la Resistencia italiana. Los madrileños inculcaban el odio a los franceses en 1808. No hablemos del inculcado y generalizado odio a los judíos, a través de las épocas más oscuras hasta el presente; así como del posteriormente inculcado odio a los nazis.

    Y no es función del filósofo constatar trivialidades como estas, archiconocidas, sino analizar y profundizar, estudiando lo que tienen en común muchos de tales odios y sus plausibles causas; y más aún, elucidar la difícil cuestión de si es más o menos ético, en determinadas situaciones, inulcar odio o no inculcarlo.

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