17 agosto 2014

La vida fluye al margen de las palabras y estas viven cerca de la mentira

La perversión del lenguaje no es un fenómeno reciente, es motivo de estudio desde hace decenios y le han dedicado miles de horas cientos de expertos de distintas culturas. Sin embargo, al tratarse de un fenómeno humano que por ende afecta a un objeto artificial (el lenguaje) los estudiosos mantienen posiciones variadas, dispares, contradictorias e incluso enfrentadas.
Es un asunto abierto y todavía inasequible al que en numerosas ocasiones se apela cual latiguillo para criticar lo que dice o escribe otro, sobre todo si es un contrincante. Aludir a la perversión del lenguaje ya es un tic, para algunos casi una moda. Por el contrario rara vez se presta atención a otro fenómeno más "simple", más extendido y más dañino: la tergiversación de los significados, los conceptos y las ideas de las palabras, una a una.
Pero no corramos, retomemos el hilo inicial.
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Todo lo que expresamos nace condicionado
Lo que expresamos con palabras nunca es exacto. Más que por la buena o mala capacidad de expresarse, nuestras palabras nacen marcadas por las percepciones íntimas, incluido el inconsciente. A lo que hay que añadir las deficiencias (por ignorancia sobrevenida o desidia) que pueda acusar la persona.
Por si fuera poco y esto es fundamental, los hechos, los objetos, la naturaleza... ¡todo! circula a mayor o menor distancia de los sonidos que emitimos y de los signos que escribimos para expresarnos. Más claro: a lo largo de los últimos 40.000 años la capacidad humana de expresión ha mejorado, pero el mundo (imágenes, olores, sonidos, texturas...) es inconmensurable, sólo percibimos una mota del todo. Para colmo, los sentidos nos engañan y la naturaleza humana es frágil, cambiante, de inteligencia limitada, siempre está creciendo y cuanto menos duda, ¡más yerra!
Es inevitable tener dificultades para salvar la distancia entre la realidad y las palabras, es complejo emparejarlas en el tiempo y en el espacio y por ende, que ambos coincidan con los de quien escucha o lee.
A vuela pluma, todo eso explica que en numerosas ocasiones recurramos a la tesis de la perversión del lenguaje a modo de latiguillo para explicar, justificar lo que hemos dicho o para condenar lo que ha dicho el otro. Y ahora llego donde quería.
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Lo malo disimula lo peor
Con ser cierto el fenómeno, el uso y abuso del latiguillo de la perversión del lenguaje impide reconocer y valorar en su justa medida otro fenómeno más extendido y que a mi parecer es más dañino que la perversión del lenguaje; me refiero al uso torticero de las palabras.
Con una o dos palabras mal empleadas y bien aprovechadas se presentan realidades inexistentes e ideas mentirosas, incluso se pueden retorcer los sentimientos y manipular las percepciones; basta con alterar o disfrazar el significado o la acepción de uno o dos vocablos.
Teniendo en cuenta la inevitable distancia que hay entre la realidad y lo que expresan las palabras, el uso inadecuado de estas es casi siempre disculpable, son "errores" que sólo merecen una sonrisa, una burla o una ironía, como ocurre con la publicidad de las universidades que figura en la ilustración adjunta.
Cosa distinta es, por ejemplo, que un profesional de la información escriba «una joven de 32 años...», o que los PS sigan utilizando la S a pesar de que el significado de la S es ajeno a lo que hacen y proponen.
Lo del periodista dispuesto a prolongar la juventud de una mujer hasta la menopausia es un error formal (no por ello menos grave) y lo de la S, una instrumentalización sustancial. Son acciones de calidad diferente pero que coinciden en usar palabras de forma absurda o perversa para avalar falacias. El periodista por ñoño o ridículamente caballeroso y los PS porque echan mano de su pasado (muy pasado) para disfrazar su presente.
Perversión del lenguaje… Claro que la hay, sin duda; pero aquí y ahora en materia de emisión y recepción de mensajes (hechos, valores, ideas, sentimientos, etc.) el fenómeno que malea la comunicación y la información es el uso inadecuado o perverso de las palabras, más la prostitución de los significados, sean sustantivos, verbos, calificativos, etc. Y si entramos en los "engranajes" (adverbios, preposiciones, puntuación, etc.), el gris se oscurece.
Los males que acusa la estructura del edificio (la semántica) son saboteados por quienes sacan tajada con y contra las palabras.
RELACIONADOS:
"Fugaz meditación semiótica", por Eduardo Zeind Palafox, vía EL COTIDIANO, y
"El doblaje y la publicidad influyen en la lengua", por Javier Álvarez, vía DEL CASTELLANO.

2 comentarios:

  1. Me gusta y estoy de acuerdo con el aspecto práctico y la enseñanza que ilustras, pero creo que los fundamentos teóricos sobre el lenguaje y la interacción con la realidad que expones al principio aparecen desfasados y debieras suprimirlos.

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    1. Pensé lo mismo que tú cuando releí el texto, antes de publicarlo; pero también pensé que ese "prólogo" (si se puede dar tamaña calificación a un par de párrafos en el post de una bitácora) es aparentemente innecesario y reviejo, cierto, pero enmarca lo que quiero decir. Y esto es fundamental, a mi entender.
      En mi opinión, ese "prólogo" innecesario y reviejo contextualiza lo que yo quiero decir, pues lo hago en el marco de una tesis ajena que sigue vigente, pues en semiótica, en esto coincidiremos, apenas avanzamos desde hace ya un par de décadas.
      ¡Llegaremos a Marte y seguiremos sin descifrar el porqué y el cómo nos comunicamos como lo hacemos!
      No sé, dudé si tachar algunas oraciones, ampliarlas o borrarlo todo... y cuando dudo prefiero no prolongar las diatribas que mi "yo" mantiene conmigo mismo, pues de lo contrario acabo perdiendo la pista de lo esencial: lo que quiero decir. Así que opté por volcar lo pensado y hacerlo con la máxima pulcritud de la que soy capaz, sin esconder que el origen del dilema no es mío, y esperar reacciones; como la tuya, por ejemplo. Así aprendo (aprendemos).
      Recibe un abrazote.

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