21 mayo 2020

1980-2020: 40 años y parece que fue ayer cuando Sendero Luminoso anunció que pasaba de las urnas a las armas

Hace medio siglo en Perú se instauró el régimen militar más singular de cuantos se habían vivido hasta entonces en Sudamérica. El experimento se inició en 1968 con un golpe de Estado de corte palaciego que depuso al presidente constitucional Fernando Belaúnde Terry. Mientras tanto, el futuro fundador de Sendero Luminoso, Manuel Rubén Abimael Guzmán Reinoso, había visitado China en plena Revolución Cultural (1965) y hacía poco más de un año, con 32 de edad, Guzmán abandonó su empleo de jefe de personal en la Universidad San Cristóbal de Huamanga (Ayacucho) para dedicarse a la política y hacer la revolución, la maoísta por supuesto.
Los militares que derrocaron a Belaúnde habían anunciado otra revolución, la de las Fuerzas Armadas, cuyo conductor era el general socialdemócrata Juan Velasco Alvarado, que se declaró antimperialista y anunció el fin de la oligarquía que controlaba vidas, haciendas y gobiernos.  

[No 
Hugo Chávez no fue el primer militar profesional de Latinoamérica que asumió el reto de plantar cara al omnímodo poder económico de las multinacionales, de los EUA y de las oligarquías del propio país; ni tampoco fue el primer militar que llegó a la presidencia por la vía de las urnas, mucho antes lo hizo Juan Domingo Perón, si bien el corporativismo peronista simpatizó con el nazismo y el fascismo europeos, incluso dio cobijo a decenas de criminales hitlerianos, nada que ver por tanto con  el filomarxista Velasco en Perú ni con el líder del PSU de Venezuela]

Al finalizar la década de 1960 Abimael Guzmán ya había pasado a la clandestinidad y militaba en una de las fracciones del dividido PC, el enfáticamente denominado “Partido Comunista Peruano por el Luminoso Sendero de Mariátegui”, colectivo que se declaraba marxista-leninista, estalinista y maoísta.

El ingenuo Alvarado cayó mientras que la planificada
alternativa de Guzmán crecía y crecía... 

Mientras el dogmático izquierdismo de Guzmán presagiaba rigorismo y sangre, la izquierda uniformada e ingenua de Velasco Alvarado adolecía de formalismos y lo peor, era ta poco ducha en asuntos económicos que agonizaba; para más inri, sus dirigentes eran reacios a recibir consejos y aplicarlos, de modo que la agonía era más dolorosa y se aceleró.
Carente de cintura, el Ejecutivo del honesto general peruano recibió el silencioso y eficaz trato financiero y comercial que en estos casos aplican los rectores del engranaje económico trasnacional --como le ha ocurrido a Chávez y a sus herederos-- y en 1975, con el Perú en quiebra, el líder de la fracasada revolución social de inspiración castrense fue relevado por otro general, Francisco Morales Bermúdez, que dio por finalizado el experimento, reunió una asamblea constituyente que redactó una constitución cuyo texto fue aprobado en 1979... y al año siguiente convocó elecciones
Mientras el Perú oficial cauterizaba sus heridas económicas y se aseaba, Guzmán había llegado a la conclusión de que para hacer su revolución sería inevitable practicar la violencia, que para el caso peruano vaticinó una guerra civil como «etapa indispensable» (expresión textual).
Mediada la década de 1970, el disciplinado maoísta centró sus esfuerzos en la creación del que denominó Ejército Guerrillero Popular (EGP), organizado como una fuerza paralela al partido y hermanada con los militancia civil pero supeditadas ambas a las decisiones de la cúpula del PC-Sendero Luminoso; o sea, a Guzmán Reinoso.
Abimael Guzmán se había aficionado a soñar y a diseñar futuros, no solo en lo tocante a cómo debería funcionar el Perú que él ansiaba, sino que también convertía en previsiones sus miedos y esperanzas, sus convicciones y premoniciones: «El triunfo de la revolución costará un millón de muertos», precisó y dejó constancia escrita poco antes de ejecutar la primera acción con la que en mayo de 1980 Sendero Luminoso inició su larga marcha camino de...

Estreno simultáneo: 
democracia y guerrilla

El retorno a la democracia parlamentaria tras doce años de gobiernos experimentales bajo control militar coincidió en el tiempo con la puesta en marcha de la insurrección de Sendero Luminoso.
Unas horas antes de la esperanzadora jornada electoral celebrada en la primavera de 1980 y en la plaza central de Chuschi, villa cercana a Ayacucho, los maoístas quemaron todas las papeletas electorales disponibles en la localidad.
La acción apenas alarmó a las autoridades y socialmente solo causó sorpresa; si bien, para ser más exactos la sensación más generalizada entre los lugareños fue de extrañeza y si de reflejar lo ocurrido se trata, obligado es subrayar que los autores y sus siglas apenas concitaron interés.
El PC maoísta de Guzmán era casi desconocido a pesar de que ya había declarado formalmente la guerra al Gobierno y había protagonizado varios altercados violentos. 
Durante los años setenta la guerrilla de Sendero fue de mentirijillas, no solo porque el arsenal de los senderistas estaba compuesto por una docena de pistolas y media de fusiles viejos, sino también porque sus acciones eran obviadas por casi todos los medios... A las clases medias y alta de la capital  limeña lo que ocurriera en el interior del país apenas le interesaba y la élite social mas cercana al Gobierno vivía en un paraíso cuyos pies eran de barro. Aún sabiendo que la estabilidad social del país era escasa, la élite capitalina ociaba en una burbuja y no le importaban absolutamente nada.
El Estado afrontó el reto de lo que consideraba un grupúsculo aislado de desarraigados violentos y sin futuro adoptando medidas puntuales, improvisadas, con flagrante despreocupación, como si combatiera contra simples gamberros que para nada representaban a los varios millones de empobrecidos campesinos que poblaban el rural peruano.
Por contra, Guzmán conocía la rabia acumulada y había puesto en marcha un proyecto largamente madurado para rentabilizar esa "reconcentrada energía": Sendero Luminoso era fruto de una planificación pura y dura.
En el PC de Guzmán no tenían cabida las consideraciones humanísticas del socialismo clásico, sus cuadros se dedicaba a formar soldados. Punto. En 1976 un informe policial ya cifraba en medio millar el número de senderistas preparados y dispuestos a tomar las armas... de las que el PC todavía carecía por aquel entonces.
El electo Belaúnde, luego el revolucionario Velasco Alvarado y su sucesor Morales Bermúdez, y después de 1980 el reelecto Belaúnde, todos ellos demostraron que el hombre es el único burro que tropieza una y otra vez en la misma piedra: ninguno atacó el origen de casi todos los problemas del Perú: la pobreza generalizada y la subsiguiente violencia social, cada vez más politizada, que carcomía la sociedad peruana.
La miseria y el hambre generaban odio en la población rural. Así de simple era la bomba de relojería. 

Los senderistas lograron
que el Ejército apagara
el fuego con gasolina 

Para colmo, cuando el uso de las armas empezó a incomodar a la prepotente e irresponsable clase pudiente limeña, los militares fueron emplazados a intervenir y, entusiasmados, aceptaron hacerlo sin conocer apenas nada del grupo maoísta ni de su táctica, que era tan sibilina como inteligente, logrando todos sus objetivos en la región de Cuzco, donde el ejército ya estaba omnipresente desde el primer mandato de Belaúnde.
A instancias de las autoridades civiles que observaban los toros sentados tras la barrera de Lima, los militares reforzaron su presencia en la región y empezaron a combatir a los escurridizos y provocadores senderistas como si constituyeran una guerrilla bien asentada y con generalizado apoyo social, de modo que el ejército  convirtió la región más deprimida del Perú en escenario de operaciones bélicas tan llamativas y violentas como inútiles y contraproducentes.
La acción del "pequeño grupo armado" que en Lima consideraban fácil de destruir empleando la fuerza con rigor, respondió con la misma moneda y empezó a recurrir al terror para combatir la indiscriminada represión y los fusilamientos que ejecutaban los militares, cuyo racismo llegó al extremo de considerar sospechosos y a dar muerte a cientos de campesinos con rasgos indígenas; o sea, la represión se ensañó con el 90 % de la población rural.
El odio a los uniformados creció exponencialmente debido a que los soldados pasaron de la desconfianza al miedo, lo que --tal como había previsto Guzmán-- los excesos de los militares se tornaron habituales y los senderistas, exultantes, reclutaban más y más desesperados. 
En 1980 Guzmán decidió lanzar al mundo un mensaje unívoco, sin doblez: las elecciones llegan tarde y no detendrán la revolución

La élite social limeña vivía ensimismadamuy lejos
y lo que es más grave: ignorante de la miseria del rural

La quema de las papeletas electorales en la plaza mayor de Chuschi solo fue una presentación comercial para decir sin pompa y sin rodeos: ya somos suficientes y empezamos a tener capacidad de fuego real para hacer la guerra.
El Gobierno peruano no supo leer ese primer mensaje ni el segundo, que fue más contundente,  esclarecedor y se emitió unas semanas después en la propia capita: Lima amaneció con decenas de perros muertos, colgados en semáforos, árboles, postes del tendido eléctrico y farolas con carteles en los que lucían solo cinco palabras que la generalidad de la población no entendió, ni tampoco el políticamente analfabeto Gobierno peruano: «Deng Xiaoping, hijo de perra».
El maoísmo peruano acababa de hacer suyo el mensaje de Mao Ze Dong durante la Gran Revolución Cultural Proletaria: No tenemos nada que negociar, ni siquiera con los compañeros reformistas, la revolución solo será posible reeducando y encarcelando o matando a los enemigos de clase.
Al mismo tiempo que Guzmán satisfacía su vis teatral y su amor a los símbolos, todas las instituciones del Estado peruano apoyaron ciegamente ciegos al Ejército que, impasible el ademán, se dedicó a golpear a los empobrecidos y hambrientos campesinos del interior, matando inocentes por miedo o por error, fusilando culpables reales o supuestos sin juicio previo, incrementando más, más y más el descontento, la animadversión y el odio, empujando a los campesinos a unirse a las huestes de Sendero Luminoso.
Con el fujimorismo la violencia se desbocó, incluso cuando Abimael Guzmán ya había sido detenido y encarcelado. 
El Gobierno del enajenado y endiosado Fujimori, que huía del fracaso corriendo hacía delante y preso de un autoritarismo exacerbado, pervirtió el régimen parlamentario y echó más leña y más muertos al fuego del rural.
Finalmente, el senderismo se suicidó a fuer de causar terror y destruyendo sus quimeras, solo sobrevivieron individuos destrozados y solitarios, protagonistas de historias de traición y delincuencia, con muchos disfraces en todos los bandos y más gobiernos metepatas engañando a los ciudadanos.

DE INTERÉS: "Maoísmo en los Andes", vía SinPermiso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NOTA: ImP no publica injurias ni imputaciones de faltas o delitos sin aportar pruebas ni referencias judiciales o sentencia.
Sólo serán publicados los anónimos que a criterio del administrador sean de interés.