28 agosto 2020

Del ansia por poner nombres a las cosas a la necesidad de las listas y la Cultura

Umberto Eco dio forma y acometió la recopilación de textos para escribir El vértigo de las listas tras el acuerdo alcanzado, contabilizado y suscrito con el parisino Museo del Louvre. Eco trabajó con sumo gusto, a bajo precio --como casi siempre-- y con afán más antropológico que literario, a la postre el motor vital de Eco, su principal profesión y su mayor valor era filosofar.
En 2008, cuando el libro vio la luz, Eco satisfizo un deseo largos años perseguido: explicar de forma racional y sin provocar chanzas una tesis que a bote pronto puede parecer absurda, acaso una ocurrencia urdida con la inteligencia cansada, de vacaciones o abotargada.

La tesis es tan simple
como genial

Los humanos tenemos la necesidad probablemente genética, natural, de elaborar listas para ordenar, sistematizar y valorar lo que pensamos, aunque pensáramos solo en cazar y comer y hoy, aunque pensemos en nimiedades o en chorradas. 
A su vez, las listas representan la cultura creada y almacenada. Si algún día lográramos elaborar la lista de todas las listas, la enciclopedia definitiva, el big data del saber humano, habríamos alcanzado el imposible culmen de la Cultura.
Más importante que esa imposible lista son las listas ya existentes que, amén de mil y una utilidades, nos enseñan a dirimir entre la cultura del común, la gratuita, y la cultura que tiene valor.
La gratuita es la cultura que adquirimos a diario por el simple hecho de vivir, accedamos a ella personalmente o al conocer las experiencias de otros.
En tanto que la cultura que tiene valor y casi siempre también tiene precio, es la cultura creada por humanos: desde la rueda hasta los robots de cocina, desde los caballos pintados en las paredes de la cueva de Altamira hasta los Antonio López que ha comprado el Museo del Prado; o desde la imprenta de tipos móviles diseñada por Bi Sheng en la China del siglo XI [del calendario europeo] hasta las tuneladoras que en la actualidad abren caminos atravesando montañas, todo eso y un inabarcable mucho más es Cultura creada por humanos. 

[Querido/a lector/a, confío en que no le parezca exagerado o inapropiado decir que los humanos crean. Lo que a  mi parecer carece de sentido es reservar el verbo y la acción de crear para seres mitológicos que fueron creados por los humanos cuando prácticamente ignorábamos todo]

Hacer listas (elencos) obliga a dirimir y quitar (relativiza) u otorgar valor a los productos culturales [que el precio de mercado sea alto o bajo es circunstancial pues precio no es valor] y puestos a satisfacer la necesidad de saber hacemos listas que, además, demuestran que solo ponemos máxima atención en guardar (recordar) los bienes culturales útiles y los que pueden rentar provecho (rentabilidad); actitud y productos ajenos al objetivo del libro escrito por Eco.
El sagaz italiano da un paso crucial y subraya un detalle y una pregunta sustanciales: ¿La necesidad de hacer listas es hija del afán por clasificar para entender, es fruto de la codicia que solo se satisface poseyendo cosas valiosas, o se trata de pulsiones paralelas?
Eco no ramonea, lo tiene claro: poner nombre a algo o a alguien hace que el humano se sienta más identificado y casi siempre, el que pone el nombre se siente propietario del hecho, del objeto, del lugar o incluso de la persona bautizada...

[...los hijos, las esposas o los esclavos, incluidos el Viernes del bueno de Robinson y el esclavizado Tom que era feliz en su cabaña]

Tal es el ansia iniciática que, ora por saber ora por rentabilizar, finalmente llegamos al habito y a la necesidad de clasificar, agrupar, valorar... ¡hacer listas!
En una rueda de prensa difundida por el rotativo alemán Der Spiegel, un valiente periodista osó plantear al viejo filósofo viejo sus dudas sobre la importancia de las listas:
«Usted, que está considerado como uno de los grandes pensadores, se ha embarcado en un trabajo para el Museo del Louvre, que es uno de los más importantes centros [y unol de los más valiosos almacenes] culturales del mundo, que trata un tema que suena a lugar común [por vulgar]: la naturaleza esencial de las listas, que según dice usted, las hacen los poetas para listar imagenes, entimientos o sensaciones en sus versos; idem los pintores, en sus óleos y los arqutectos en los inmuebles que diseñan. Señor Eco, para empezar ruego que nos explique por qué escogió desarrollar y presentar a sus lectores esa idea o teoría», osó plantear el periodista, que putualizado para empezar anunciaba y a la vez escondía una segunda y acaso una tercera pregunta. 
Umberto Eco contestó con una lista de preguntas más su obligada lista de respuestas, razonadas con rotunda y recta linealidad.

«La listas están 
en el origen
de la Cultura»

«Las listas forman parte de la historia del arte y de la literatura. ¿Para qué queremos la Cultura? Para hacer más comprensible el infinito. También se recurre a las listas si se quiere poner orden, no iempre, pero sí a menudo. ¿Cómo nos podemos enfrentar a lo infinito? ¿Cómo podemos llegar a comprender lo incomprensible? A través de las listas, a través de catálogos, haciendo colecciones, ¡listas!, en los museos y mediante enciclopedias y diccionarios. Hay cierto encanto en enumerar con cuántas mujeres yació don Giovanni: fueron 2.063, según el libretista de Mozart, Lorenzo da Ponte. También tenemos listas prácticas: la lista de la compra, la del testamento, la del menú...»
La respuesta de Eco se prolongó durante 43 minutos, exactamente.
El periodista valiente tomó notas y no necesitó hacer la segumda pregunta, la que al finalizar la rueda de prensa había olvidado que tenía anotada para no olvidarla...
En fin, otra lección y otro libro que añadir a la lista de genialidades de Umberto Eco.

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