La muerte del presidenciable del Partido Liberal consolidó
el poder de los latifundistas y destruyó el respeto al Estado
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Hoy, 9 de abril de 2018, se cumplen setenta años del inicio político de la larga guerra civil colombiana, que se agravó y generalizó a finales de la década de 1950 con la puesta en marcha de la República de Marquetalia, para finalizar [¡en teoría!] en noviembre de 2016 con la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Las condiciones para que estallara tan largo conflicto maduraron durante años a base de miseria social, sobrexplotación, matanzas y mil y un abusos sin cuento. La chispa que hizo explotar el polvorín fue el asesinato del presidenciable del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán Ayala.
El 9 de abril de 1948, tras departir con sus compañeros de mayor confianza, al filo de la una del mediodía el entonces líder de los liberales progresistas [partidarios de aplicar los principios de la socialdemocracia] y cuatro correligionarios dieron por finalizada la reunión que celebraban y decidieron almorzar juntos.
Una vez en la planta baja del inmueble, Gaitán y uno de los asistentes al encuentro, Plinio Mendoza, se adelantaron al resto del grupo y, ya en el exterior del edificio, un individuo identificado posteriormente como Juan Roa Sierra se acercó a la pareja y tiroteó al dirigente liberal por la espalda.
Las tres balas que alcanzaron a Gaitán eran mortales y el herido falleció poco después en la Clínica Central de Bogotá, donde el doctor Pedro Eliseo Cruz —que también había participado en el encuentro celebrado en el despacho de Gaitán— intentaba salvar la vida de su compañero con una transfusión de sangre.
Tras los disparos uno de los testigos de la acción señaló gritando a un individuo como autor del crimen, al tiempo que alertaba de que portaba un arma. El señalado echó a correr y el grupo perseguidor acabó convirtiéndose en una turba decidida a todo.
En un intento de salvar la vida del huido, un policía que transitaba por la zona lo introdujo en un local comercial, a poco más de medio kilómetro del lugar del atentado. Fue inútil, minutos después un ciento de personas se concentraban frente al establecimiento exigiendo la entrega del tal Roa para “hacer justicia”, el policía se negó, una veintena de hombres irrumpió en el local, el agente amenazó a los asaltantes pero en rigor nada podía hacer. El presunto homicida fue golpeado hasta la muerte.
La cosa no se quedó ahí, pues el cuerpo del linchado fue arrastrado y exhibido a lo largo de una de las principales avenidas de la capital hasta el Palacio de Nariño, sede oficial del jefe de Estado, ante cuyo acceso fue depositado el cadáver.
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El asesinato de Gaitán derivó en una revuelta de ámbito nacional contra el Gobierno de Mariano Ospina Pérez (Partido Conservador), a quien se consideraba responsable político del magnicidio, incluso fue acusado de instigador.
Dos horas después de haberse iniciado la protesta, la Policía bogotana anunció que tenía controlada la situcación.
Fue un exceso de optimismo.
La falta de una reacción y condena política oficial alimentó las sospechas y las convicciones, los manifestantes fueron en aumento, y de anochecida los mandos policiales se vieron desbordados y comunicaron al Gobierno que se estaba larvado una subversión generalizada.
El presidente Ospina Pérez movilizó el ejército, al que autorizó a hacer uso de las armas de fuego contra los manifestantes.
Al filo de la medianoche, con las calles de Bogotá manchadas con la sangre de al menos un centenar de muertos, decenas de policías y soldados se unieron a los improvisados grupos de insurgentes y los intercambios de disparos se extendieron por toda la ciudad.
Al filo de la medianoche, con las calles de Bogotá manchadas con la sangre de al menos un centenar de muertos, decenas de policías y soldados se unieron a los improvisados grupos de insurgentes y los intercambios de disparos se extendieron por toda la ciudad.
El saldo en vidas de las tres jornadas de revueltas en varias ciudades colombianas, pues no solo hubo levantamiento popular en la capital, fue incierto pero muy elevado, pues iban desde los «aproximadamente 500» que constan en el balance bogotano que cableó a Berlín el embajador de Alemania hasta los «más de 3.000 muertos» en todo el país que calcularon partidos y organizaciones no gubernamentales de la época.
De las vidas no, pero de los daños materiales las autoridades sí llevaron con detalle la cuenta, pues informaron de que solo en Bogotá habían resultado destruidos 142 inmuebles, incluidos «todos los hoteles e iglesias del centro de la ciudad», amén de un ciento de saqueos.
Durante el proceso judicial por el asesinato hubo quien insistió en que Roa Sierra no era el asesino, aduciendo que los autores materiales del atentado fueron dos o tres transeuntes y que uno de ellos señaló a Roa para despistar, de modo que el señalamiento se realizó para provocar la persecución de una persona y facilitar la huida de los autores del crimen.
No obstante, avanzado el procedimiento judicial cobró fuerza la tesis y testimonios de que Roa Sierra sí había participado en el homicidio, que según todos los indicios actuó en comandita con al menos otro sicario.
Sea como fuere, el linchamiento e inmediata muerte de Roa impidió interrogarle y conocer mejor lo ocurrido, lo que sin duda ninguna benefició a sus posibles complices y sobre todo a los instigadores del crimen.
Treinta años después, en 1978, un tribunal colombiano dio carpetazo exclusivamente judicial a las especulaciones sentenciando --a la par que haciendo el ridículo-- que Juan Roa Sierra actuó solo y por motivos personales derivados de la esquizofrenia que padecía... ¿?
Creer es más cómodo y más barato que saber.
Sea como fuere, el linchamiento e inmediata muerte de Roa impidió interrogarle y conocer mejor lo ocurrido, lo que sin duda ninguna benefició a sus posibles complices y sobre todo a los instigadores del crimen.
Treinta años después, en 1978, un tribunal colombiano dio carpetazo exclusivamente judicial a las especulaciones sentenciando --a la par que haciendo el ridículo-- que Juan Roa Sierra actuó solo y por motivos personales derivados de la esquizofrenia que padecía... ¿?
Creer es más cómodo y más barato que saber.
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El cadáver de Roa Sierra, cuyo rostro fue desfigurado a golpes, certificó la brutalidad de la turba que linchó al homicida |
Antes de perpetrar el crimen —los disparos se produjeron dos o tres minutos después de las 13:00 horas— esos dos sospechosos fueron vistos junto a la puerta del edificio y en sus proximidades, cabe suponer que preparando como proceder cuando Gaitán saliera a la calle, pues justo cuando este cruzaba el portal, uno de ellos —el más alto, según precisaron dos testigos— hizo un gesto con la cabeza al otro, que era bajito y cuyos movimientos denotaban inquietud, siempre según los testimonios recogidos.
Cuando Gaitán ya estaba en la acera y recién iniciada la caminata rumbo al restaurante, el individuo más bajito se aproximó y disparó al político por la espalda.
Sonaron entre cuatro y ocho disparos, la cantidad y la frecuencia difieren en los testimonios recogidos; en todo caso, Gaitán recibió tres balazos, dos en el tórax y uno en la cabeza, junto a la nuca. El jamás identificado hombre alto se perdió entre el gentío que se arremolinó en el lugar, mientras que el más bajito —Juan Roa— se retiraba con discreción amenazando solo a quien se le acercaba, hasta que tuvo que echar a correr porque uno de los testigos del crimen le señaló gritando que era el autor de los disparos]
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multiplicó los efectos del crimen
Diez días antes del crimen, el 30 de marzo, se había iniciado en Bogotá la IX Conferencia Panamericana, donde se sentaron las bases de la futura Organización de los Estados Americanos (OEA).
Durante ese cónclave Estados Unidos presionó a todos los Estados representados para que prohibieran las organizaciones comunistas y similares en sus respectivos países.
Por si fueran pocas guindas para el pavo que se cocinaba, en paralelo a la conferencia se celebraba el Congreso Latinoamericano de Estudiantes —que era impulsado por un grupo de carácter plurinacional en el que figuraba un joven cubano casi recién licenciado en Derecho llamado Fidel Castro Ruz— con la finalidad expresa de dar respuesta a las presiones de EE UU y para denunciar las intervenciones político-económicas y militares ejecutadas por Washington en varios países de la región.
Paradójicamente, el encuentro de estudiantes —en su mayoría alineados con la izquierda— fue financiado por la Argentina del ecléctico general Perón, destacando por su activismo las delegaciones de Cuba, México y Venezuela.
El mismo día, 30 de marzo, al tiempo que se iniciaba la conferencia de jóvenes llegados de casi toda Latinoamérica —insisto: diez días antes de su asesinato— Gaitán se reunió con los responsables del congreso estudiantil, encuentro en el que casualmente participó el todavía desconocido Fidel Castro y donde se alcanzó un principio de acuerdo para celebrar una manifestación conjunta que concluiría en la emblemática plaza Simón Bolívar, donde Gaitán tenía programado pronunciar un discurso antigubernamental y crítico con el intervencionismo de los EE UU.
Para colmo de casualidades, el día en que fue asesinado, el 9 de abril, Gaitán tenía concertada para después de almorzar una reunión con los dirigentes estudiantiles con la finalidad de cerrar los detalles de la marcha pactada.
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Al encuentro Gaitán-Castro se le da relevancia desmedida
Casi siempre que se habla o escribe del homicidio del líder liberal, su encuentro con el joven Castro es subrayado y se le otorga relevancia desmedida, como si hubiera sido el motivo político que explicaría el asesinato del colombiano. Nada más lejos de la realidad, la relación Gaitán-Castro fue breve, táctica y carente de debates ideológicos, sin que ninguno de los dos tuviera intención de ir más allá de lo hablado en una conversación colectiva --no personal-- para convocar una marcha de protesta contra los abusos económicos.
Entre los enemigos de Gaitán, aparte de la cúpula del partido que gobernaba Colombia, destacaban por encima de todos los latifundistas que controlaban (y siguen controlando) prácticamente el 100 % de las tierras cultivadas ¡y de las potencialmente cultivables!, amén de explotaciones ganaderas y mineras.
Los mítines e intervenciones institucionales de Gaitán dejaban meridianamente claro que si era elegido presidente —todas las encuestas y todos los analistas pro y anti liberales lo señalaban como ganador—, acometería la reforma agraria y pondría fin a las sistemáticas apropiaciones ilegales de tierras y al reinado de terror que había impuesto la mafia latifundista.
Dos meses antes de ser asesinado, el 7 de febrero, Gaitán encabezó una marcha de casi un millón de colombianos llegados desde todos los departamentos, al final de la cual pronunció un discurso que ha entrado en la Historia de Colombia con el nombre de “Oración por La Paz”, mediante la que emplazaba al presidente a castigar a los autores y a los instigadores de las periódicas matanzas de campesinos y a imponer la legalidad.
Una semana después, el 15 de febrero, Gaitán volvió a hablar ante una multitud para poner el dedo en la iniquidad económica y humana que caracterizaba (y aún hoy caracteriza) el poder económico de un país cuyo territorio atesora inmensas riquezas y cuya población vive por lo general en la pobreza, discurso conocido como “Oración por los humildes” y que Gaitán dedicó al grupo de 20 liberales que había sido asesinado recientemente en el departamento de Caldas.
el Gobierno 15 días antes de ser baleado
Para ilustrar el explosivo escenario previo al asesinato del presidenciable, cabe añadir que debido a la pasividad gubernamental ante la creciente violencia mafioso-política y a raíz de lo sucedido el 17 de marzo en Bucaramanga —varias bandas de matones atacaron a simpatizantes y dirigentes liberales—, Gaitán suspendió toda relación con el Gobierno y exigió la renuncia de varios ministros.
El 30 de marzo, en la inauguración de la IX Conferencia Panamericana, siguiendo las instrucciones del presidente Ospina, el ministro de Exteriores colombiano impidió que Gaitán asistiera al evento e invitó expresamente a los directivos del sector más tradicional (derechista) del Partido Liberal, que cosntituían un grupúsculo minoritario que estaba enfrentado con Gaitán
Tal era el escenario cuando dos o más sicarios asesinaron al que todos señalaban como próximo presidente de Colombia.
Muerta la esperanza, las posiciones políticas se radicalizaron y amplios sectores del campesinado y de los trabajadores en general concluyeron que solo les quedaba una opción para poner coto a las matanzas, a la sobrexplotación, al hambre, a los robos legales y a los abusos: empuñar las armas.
ACTUALIZACIÓN (agosto 2019):
Los asesinatos selectivos de dirigentes políticos, sindicalistas, ecologistas y activistas sociales de todo tipo (los falsos positivos de la era Uribe) son noticia judicial: más información vía Publico.
ACTUALIZACIÓN (agosto 2019):
Los asesinatos selectivos de dirigentes políticos, sindicalistas, ecologistas y activistas sociales de todo tipo (los falsos positivos de la era Uribe) son noticia judicial: más información vía Publico.
Más allá de lo que he aprendido en este artículo, me alegra la vuelta a la publicacion en Im-pulso
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