14 diciembre 2020

Xosé Manuel Pereiro: «Conmoción en la fuerza», o el Periodismo es genéticamente antiautoritario

Hace unos días, la mayoría de los varios cientos de miles de asiduos a la revista en línea CTXT leyeron con sorpresa --cierto número de ellos incluso se han mostrado indignados-- el artículo "¿Cómo se dice xenofobia en catalán?", de Bruno Bimbi. Confieso que además de sorprenderme me molestó, pero no tanto como para indignarme ni tampoco porque se publicara, sino por el contenido y la gravedad de las simplezas que dice y sugiere.
Todas las opiniones son legítimas y en principio, respetables, salvo si contienen injurias personalizadas, difamaciones, mentiras o algún otro de los males que tan bien conocemos y padecemos quienes nos ganamos o hemos ganado el pan contando cosas de la vida. Y entre esos males figuran las opiniones tipo gatillazo --por las estupideces que puede escribir quien teclea muy enfadado por algo o con alguien-- y las opiniones de los expertos de parte... 

La xenofobia
más contagiosa
es la de quien
padece ese mal y
lo ignora o disimula
El articulo rebosa xenofobia cultural y una vergonzosa, pueril y mal disimulada envidia, que es un acelerante muy habitual de la xenofobia en quien duda de su apego a su país y/o de la idoneidad de la sociedad en la que creció y/o se formó. 
De que ese caso de xenofobia de raíz cultural apeste mucho o poco no sería sensato ni científico decir nada porque los olores a mierda y chocolate los percibimos con intensidad distinta, en función de tener más o menos olfato y, sobre todo, de haber instruido o no a la pituitaria, así como de la ideología, de los sentimientos (o de la ausencia de ellos), de las creencias y demás factores.
En todo caso, la xenofobia es un fenómeno, criterio y actitud siempre reprobable y con independencia de que sea poca o mucha siempre resulta peligrosa aunque se sirva en pequeñas dosis o disimulada, pues se transmite fácilmente, infecta la sangre y llega al cerebro.
La capacidad de contagio se multiplica exponencialmente cuando quien la padece no es consciente de ser portador del virus  o, siéndolo, combate su mal alardeando de buena salud e incluso de curador.
Personalmente, lo que más me molestó del artículo --no lo único-- fue que alguien que demuestra desconocer (o no interesarle) la Historia ni la compleja sociedad de Catalunya incurra en la osadía de sentenciar y condenar a toda una sociedad haciendo gala de una supuesta autoridad moral y cultural de la que carece.
En rigor, nadie posee autoridad moral ni ética para hacer condenas genéricas de colectivos sociales o culturales en la España de la inacabada y tramposa Transición
NADIE, enfatizo, tampoco el jefe de Estado, por mucho que en su discurso posterior al 1-O pusiera cara de doctor en no sé qué... 
Convivir, don Felipe --recuerdo que pensé al escuchar su demoledor mensaje--, exige NO utilizar la Constitución de 1978 para medir la moral o la ética de los ciudadanos españoles: todos, incluidos los que legítimamente desean no serlo. 
Regresando a lo que iba, los abonados a CTXT disfrutamos de la fortuna de recibir unas muy interesantes "cartas a la comunidad" y la número 187 está suscrita por Xosé Manuel Pereiro, colega al que respeto y del que inserto a continuación su texto porque expone con "telepática" exactitud lo que pienso de la infortunada publicación del artículo de marras:

«Conmoción en la fuerza.
«Como saben, esta nave, que no es la Enterprise aunque los tripulantes también somos variopintos a la vez que bien llevados, sufrió hace días lo que en Star Wars definen como “una conmoción en la Fuerza” y aquí abajo “un buen palo”. Todo a causa de un artículo que no debería haberse publicado. Hubo quien se indignó por el contenido, y quien lo hizo por la explicación de las razones por las que no debería haberse publicado. Incluso hay quien se sigue indignando, porque hay gente para la que indignarse es como rascarse. No voy a entrar a comentar el contenido del artículo porque trataba de una cuestión –la política lingüística en la universidad catalana– de la que lo ignoro casi todo, y como soy un periodista de los de antes –ya saben, un océano de conocimientos de un dedo de profundidad– procuro no meterme allí donde mi discernimiento no hace pie. 

«La que sí conozco es la situación de la política lingüística en las universidades gallegas –las tres públicas que existen, a la espera de que los esfuerzos combinados de la banca y del gobierno Feijóo alumbren una privada–. Les podría hablar del porcentaje de profesores que dan sus clases en gallego (el 20-25 %), pero fuera de contexto, los números son humo, como bien se ve en las auditorías de nuestras instituciones financieras. Quizá sea más revelador que, a pesar de que en las tres se considera al gallego la lengua vehicular, una profesora puede decir, y dice, que los exámenes redactados en ese idioma se tendrán que atener a la nota que salga después de introducir el texto en Google Translate.

«Sin embargo, y es a lo que voy, el raca-raca de la imposición y el repique de campanas en demanda de auxilio del idioma de Cervantes es el mismo que si fuese obligatorio escribir y hablar en algo distinto del castellano desde el momento de matricularse hasta el de ponerse el traje de gala para la ceremonia esa de la graduación. Igual que acusar de bolchevismo cualquier tímido asomo de patita socialdemócrata, eso implica tremendas sobreactuaciones por parte de los constitucionalistas extremos. Hace un par de veranos, C's exigió que se rotulase en bilingüe un cartel que en la playa de Riazor indicaba al lado de un contenedor: “Deposite aquí os seus tapóns”, se supone que en la creencia de que algún veraneante podía confundir el mensaje con otro de advertencia de que el bidón podía estar lleno residuos radiactivos. 

«Tampoco les quiero hablar de por qué no debería haberse publicado. No creo que vaya a encontrar más o mejores argumentos, y mucho menos exponerlos de forma más clara, que los que usaron y expusieron el jefe y las dos jefas adjuntas. Simplemente, recordar a todos los que, tiza en mano frente a una pared, nos han dejado el recado de que hay que respetar la libertad de expresión, que la ídem no es la del periodista, o persona que escribe en un medio, de decir lo que le plazca, sino la de la ciudadanía a recibir una información veraz y plural y a expresar opiniones. Es decir, no es nuestra, sino suya. Ustedes pueden acertar o equivocarse, defender opiniones no respetables o ser la sal de la tierra. Nosotros no, y si nos equivocamos, debemos de decirlo. 

«Cuando los partidarios de Evo Morales ganaron de forma tan aplastante como limpia las pasadas elecciones en Bolivia, el New York Times reconoció que el tratamiento que le habían dado a la maniobra que había derrocado a Morales no había sido el correcto, de la misma forma que antes habían hecho autocrítica de haberse dejado arrastrar por la ola de patriotismo secundando las iniciativas guerreras de Bush Jr.. No recuerdo que hiciese lo mismo ningún otro medio que jaleó el cuento de las armas iraquíes de destrucción masiva o de los que le habían dado un trato informativo de trámite parlamentario a lo que era otro evidente golpe de Estado en el Cono Sur. Quizá porque las presiones desde abajo pueden ser molestas, pero livianas. Las que importan son las que caen de arriba. Evidentemente, CTXT no es el NYT (aunque, como decía el otro, estamos trabahando en ellou), pero la ética periodística debería ser talla única, sin que el tamaño importase

«Sé que nos les debería escribir de esto. De entrada, porque quizás lo leerá –y se reindignará– alguno que se ha dado de baja como suscriptor por la razón A o por la razón B (valga al menos la carta para que se reafirme en lo acertado de su medida), pero sigue de alta en la base de datos. De salida, por el principio básico, de eterna vigencia en España, de que la mejor forma de zanjar las polémicas es matarlas de aburrimiento y castigarlas con el silencio. No obstante, y pese a la más elemental prudencia, no puedo dejar de contarles que, si se decidió publicar B, y sin embargo no retirar A (que es lo que todo el mundo haría) no fue por la presión en las redes sociales de los de la tiza, o por el temor a recibir un torpedo en la delicada línea de flotación de los apoyos, precisamente cuando empezábamos a tener que dejar de achicar agua. “Lo que nos debe preocupar no son los que ejercen la libertad de expresión con una tiza, sino la gente sensata que no está de acuerdo con A o con B”. Eso –de forma más elegante– fue lo que argumentó Ignacio Sánchez Cuenca en el debate que hubo alrededor del asunto A±B en el Consejo Editorial de este tinglado. No todos coincidimos en que no se debería haber publicado A y en que se debería hacer público B, pero eso fue lo que mayoritariamente se acordó. Créanme si les digo que estoy tremendamente orgulloso de formar parte de un viaje en la que una decisión así se adopta no en la última planta, ni en palcos lejanos, ni siquiera en el despacho de dirección, sino en un debate en el que todos los tripulantes tenemos la misma voz y voto que Mr. Spock o el capitán James T. Kirk. 

«“Optamos por la opción que creíamos menos mala, pero la menos mala resultó peor de lo que creíamos”, reconoció el Fraga más humano sobre la gestión del Prestige. Quizá hayamos errado en A, B, C… Pero necesitamos que nos sigan ayudando a equivocarnos y a rectificar si es necesario. Y que Santa Lucía, cuya festividad señala para el día de hoy el santoral católico, nos conserve la vista».

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