14 octubre 2015

El periodista patriota... y yo Bond, James Bond

Confieso que juego con la ventaja que me da haber nacido en Galicia y haber sido criado en Barcelona por un padre catalán descendiente de castellanos y una madre gallega que huyó del mismo rural que hoy sigue agonizando. Sin olvidar la ventaja que también da haber vivido y trabajado en cuatro “países” de las Españas y en dos extranjeros, más tener dos hijas nacidas catalanas y un hijo bruselense que por mi “culpa” han tenido que aprender tres idiomas españoles, amén de los extranjeros.
Esos y otros detalles me ayudan a sobrellevar la profunda desazón que provoca la oleada de estulticia territorialista que invade los medios (no todos).
La inteligencia del mosaico español, que sólo ocasionalmente ha gozado de buena salud, hace gala de su tradicional torpeza desde que Convergència decidió tapar sus vergüenzas recurriendo a tácticas patrioteras similares a las que con tanto acierto desarrolló, por ejemplo, el nacional-catolicismo españolista.
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Hay españolistas convencidos de que
el único nacionalismo legítimo es el suyo

La virulenta reacción ante el arrebato ultra del conservadurismo catalanista es sorprendente porque se produce en una sociedad cuyos ciudadanos son (o deberían ser) expertos en el patriotismo de los señoritos… y del “lumpen mental” que siempre hace coro al amo.
El lógico auge del independentismo —que no sólo crece en Catalunya— ha confirmado que numerosos animales racionales —y no pocos periodistas y columnistas “correctos”— tienen la memoria más corta que un borrico: tropiezan una y otra vez en la misma piedra al confundir nación con Estado, unidad con tabla rasa, gastar con lucir, argumentar con razonar, huir con combatir, etcétera, etcétera y para más inri, hay quienes desde la izquierda alegan que crear un Estado es un paso hacia la revolución social y, ¡agárrese que vienen curvas!, están convencidos de que en el ámbito geopolítico de Occidente ese proyecto es posible sin pedir permiso —en ese y otros aspectos la Unión Europea pinta una mona, o dos…
En fin, la lección de Kosovo —Estado creado por decisión y al amparo del capitalismo armado— ha caído en saco roto, o bien hay quienes no se han enterado.
En ese mar de simplezas hay ciudadanos, seamos periodistas/os, albañiles/as o amos/as de casa, que jugamos con la ventaja que da la vida, ¡no la providencia!, el discurrir de paisajes y paisanajes que obligan a ser escéptico con las cosas del territorialismo, máxime cuando las propalan diarios tan patriotas que sus fundadores exportaban beneficios a Suiza.
El nacionalismo, amar la tierra, la cultura y la sociedad donde se nace o se pace no es malo, ¡al contrario!; lo dañino es ser idiota y eso no lo curan la patria ni la ideología… y mucho menos la homeopatía intelectual y las falacias históricas que se compran y venden.
Los ciudadanos de este impaís que desde niños somos insultados, menospreciados o marginados allá donde vayamos por hablar en dos o más lenguas españolas o porque “tú eres de allí”, “no eres de los nuestros” o a la inversa, entendemos perfectamente a los cientos de miles de residentes en Catalunya que desean levantar una frontera frente a la patria del cainismo, esa España que mantienen y perfeccionan numerosos medios para satisfacción de… ¡exacto, justo esos!
La madre del independentismo es natural, todos la conocemos, pero el padre es putativo.
— Yo soy periodista patriota de…
— Pues yo soy Bond, James Bond.
— Está de coña, ¿verdad?
— Reconozco que usted lo hace mejor que yo.
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