Mientras una adolescente llamada Anne Frank escribía su diario escondida en una buhardilla de Ámsterdam, el jovencito Joseph Ratzinger lucía orgulloso el uniforme de las Juventudes Hitlerianas por las calles de Marktl, en Baviera.
Mientras Anne dejaba testimonio escrito de la caza de judíos y no judíos, Joseph estudiaba plácidamente, vestía camisa parda y lucía cruz gamada; es más, él y decenas de miles de católicos nazis gozaban del apoyo de la Iglesia Católica, con Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, el Papa Pío XII, al frente del Estado del Vaticano, que suscribió un concordato con el Gobierno hitleriano.
Nada es azar,
es la Providencia...
Por su parte, Anne sobrevivía escondida, socialmente aislada y sin saber qué era de lamayoría de sus familiares y, sin embargo, pese al aislamiento se había enterado de lo que miles de jóvenes alemanes ignoraban o querían ignorar.
Anne ya sabía de las deportaciones y de la existencia de los campos de concentración donde se pudrían decenas de miles de personas.
Mientras tanto, Joseph gozaba de libertad personal, rezaba todas las noches, vivía en sociedad, estudiaba la historia de la Santa Madre Iglesia, hablaba con sus vecinos pero nada sabía de las iniquidades del III Reich.
En 1943, el Vaticano, como todos los años, revisó su famoso Índice de lecturas impías, en el que figuran los autores y los títulos que la Santa Madre Iglesia desaconseja e incluso prohíbe leer a los católicos so pena de incurrir en grave pecado.
Por aquel entonces, en la lista de autores amorales o irrespetuosos con la Fe figuraban (algunos todavía hoy son denostados por la curia) decenas de poemarios, novelas, ensayos, tesis científicas... Pero, curiosamente, el Mein kampf de Hitler no estaba incluido en la lista de lecturas que un católico debía evitar.
Curiosamente también, ningún responsable nazi fue excomulgado.
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Nexos nazismo-catolicismo
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Nexos nazismo-catolicismo
Desde que concluyó la guerra, en mayo de 1945, hasta bien avanzada la década de 1951 altos cargos y representantes del flamante Estado del Vaticano --soberanía que Italia reconoció en 1929 gracias a los Pactos de Letrán suscritos por Pío XI y Benito Musolini-- proporcionaron pasaportes y medios a dirigentes nazis para que burlaran a la Justicia, incluso cuando el dirigente nazi al que prestaban cobijo o ayuda ya había sido acusado o condenado por crímenes de guerra o genocidio.
Cientos de nazis se escondieron en dependencias católicas, en iglesias y en casas parroquiales, en monasterios alemanes, austríacos, italianos, españoles, franceses, polacos, suizos... lo que les permitió huir por lo general a Sudamérica, o bien obtener identidades falsas con las que siguieron viviendo tan ricamente en su país, Alemania, o en otros países europeos, destacando cuatro: Austria, España, Italia y Suiza.
En 1944, cuando casi todos los alemanes ya sabían --con o sin detalles-- de las barbaridades que estaban perpetrando las SS y la Gestapo, el joven Joseph seguió vistiendo el uniforme de las Juventudes Hitlerianas.
Pocos factores fueron tan favorecedores ideológicamente para el nazismo como ese catolicismo trufado de misterios, cegueras, hipocresías, comodidades y píos egoísmos.
En 1944, mientras Anne agonizaba, Joseph estaba ciego y jamás había visto judíos vistiendo ropas marcadas con la estrella de David, por no hablar de los gitanos, negros, evangelistas, catedráticos, comunistas, socialistas, anarquistas y vecinos simplemente demócratas que desaparecían para ser encarcelados, torturados, masacrados... Joseph fue de los que no se enteraban de nada.
Dicen los iniciados en misterios católicos, que su dios ha permitido la elección de Joseph Ratzinger como Papa porque nada del pasado del bávaro obligaba a iluminar las conciencias de los cardenales electores: haber comulgado las ruedas de molino de y con los asesinos nazis hasta como mínimo los 18 años de edad fue fruto de la santa inocencia...
Hoy, Anne Frank tendría la misma edad que el Papa, quien este año ha visitado las ruinas del campo de concentración de Auswitchz, donde ha preguntado en voz alta por qué su dios permitió tantos crímenes…
¿Es posible tanta hipocresía? En la Iglesia Católica, sí.
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