El fanatismo de Dom Sebastião, que murió en la cruzada que lideró contra la presencia del islam en el Mediterráneo occidental, propició que Felipe II se coronara rey de Portugal
La batalla de Alcazarquivir [en pt Alcácer Quibir, y en arb, الكبير القصر, Al-Qaṣr Al-Kabīr; trad. literal: gran fortaleza], también conocida como la "batalla de los Tres Reyes, tuvo lugar en el tórrido verano magrebí de 1578 y enfrentó a las fuerzas portuguesas y a las de los dos pretendientes magrebíes a controlar Marruecos.
En el combate murieron los tres soberanos implicados: el rey de Portugal e dos Algarves, Sebastião I, conocido popularmente como O Desejado (el deseado); y también perecieron el entonces sultán marroquí Abu Marwan Abd al-Malik y el sultán saadita Muhammad Al-Mutawakil, que se alió con Portugal para recuperar el territorio marroquí perdido.
La batalla originó el mito del sebastianismo: la idea de que el rey luso que allí falleció ha de volver algún día a regir la nación portuguesa.
El rey Sebastião I [en la foto adjunta] era hijo póstumo del príncipe João Manuel y de Juana de Áustria, hija del emperador Carlos I.
Sebastião ascendió al trono a la edad de 3 años debido a la muerte de su abuelo, el rey João III, por lo que fue instaurada una regencia, la primera hasta 1562 a cargo de su abuela, Catalina da Áustria [viuda de João III e hija de Juana de Castilla y Felipe el Hermoso], y tras la muerte de Catalina, la regencia la ejerció el tío abuelo del niño-rey: el cardenal Dom Henrique [hermano menor del fallecido João III].
Sebastião fue marcado desde muy temprana edad por sus educadores jesuitas, que le imbuyeron el espíritu de los cruzados y un intransigente fanatismo religioso.
Durante los siglos XV y XVI, en las Cortes de Portugal --y en las de Europa occidental-- se debatió en reiteradas ocasiones sobre la necesidad de intervenir en el norte de África, máxime en Marruecos, para poner coto y contrarrestar la creciente presencia de militares del Imperio Otomano en el Magreb, pues en el occidente europeo se alimentaba la convicción de que los turcos --y con ellos, los musulmanes en general-- eran una amenaza para las ciudades de las costas ibéricas, itálicas y francesas, como ya "había quedado probado en las costas de los países cristianos de los Balcanes", según los monarcas y la Iglesia Católica.
Según la aristocracia lusa, que había creado un poderoso comercio ultramarino, los otomanos --y con ellos, los musulmanes en general-- amenazaban incluso las rutas comerciales y las plazas coloniales lusas y del resto de monarquías ibéricas en la América y el África atlánticas: tanto el Brasil y Argentina como en la actual Mauritania y Cabo Verde.
Hasta la coronación de Dom Sebastião, las acciones militares portuguesas en África se habían limitado a algunas expediciones de castigo como represalia por ataques perpetrados contra enclaves de su vasto imperio marítimo, que abarcaba desde América hasta las Indias Orientales (la actual Indonesia), las muy rentables relaciones económicas que Lisboa había construido gracias a una certera combinación de tres elementos: la exploración, el comercio y el uso de los recursos técnicos desarrollados en Europa.
Católicos versus musulmanes
La conversión al cristianismo de los pobladores y vecinos de las colonias lusas constituía un fin a largo plazo, no era uno de los objetivos principales... ¡hasta que el muy católico Sebastião I cambió esa estrategia!, lo que le llevó a crear y ejecutar el proyecto de conquistar el norte de África para conjurar los riesgos que entrañaba la cercana presencia de un poder musulmán, por los turcos, idea que pasó a convertirse en una obsesión.
Sebastião I decidió aprovechar que Muhammad Al-Mutawakil le invitó a participar en la recuperación de las tierras marroquíes robadas a su soberançia. que eraan de ámbito magrebi.
Pese a los múltiples consejos contrarios a embarcarse en tal empresa, entre ellos los del gran poeta y militar Francisco de Aldana .
[El de Aldana fue colocado como asesor del rey luso por el tío de este, el titular del resto de monarquías hispanas: Felipe II, llamado el Prudente (Valladolid, 21 de mayo 1527 - El Escorial, 13 de septiembre 1598)].
A pesar de la prudencia a la que instaban el consejero e incluso su tío, en 1577 Dom Sebastião decidió que acudiría en auxilio del sultán saadí tras asegurarse los apoyos económicos de Felipe II, pues el proyecto requería numerosas tropas de a pie y jinetes y carruajes y cañones... tan elevada era la inversión que no solo necesitó el respaldo de los demás reinos hispanos, Lisboa también solicitó y obtuvo el apoyo de otros países europeos, el Sacro Imperio y los estados itálicos, entre otros, amén de gastar gran parte del tesoro portugués.
20.000 europeos más 6.000 aliados magrebíes
La expedición de Sebastião I desembarcó en Arcila [ver mapa adjunto], plaza fuerte portuguesa, donde descansó unos días e instruyó a los 20.000 soldados europeos que reunió --más los 6.000 voluntarios norteafricanos-- antes de encaminarse hacia Alcazarquivir, plaza situada en el camino de Fez.
El 4 de agosto
de 1578 tuvo
finalmente
lugar la batalla de los tres reyes a orillas
del río Uadi, en Majazín, en las proximidades de la ciudad de Alcazarquibir [ver mapa adjunto], justo donde en la actualidad se ha levantado una localidad llamada Suaken.
La
batalla --llamada
de Alcácer Quibir por los
portugueses y
de Wadi Almajazín por los marroquíes-- se inició cuando el ejército del sultán marroquí avanzó en un amplio frente con la intención de rodear a los portugueses.
Entre los 10.000 jinetes que cabalgaban en los flancos del ejército marroquí es obligado destacar varios cientos de experimentados mercenarios moros exaliados de Castilla, que guardaban un fuerte resentimiento hacia los cristianos.
El ejército portugués tenía una
primera línea (vanguardia) compuesta por aventureros portugueses comandados por
Cristóvão de Távora, y por voluntarios y
mercenarios extranjeros, con un ala izquierda de
caballería pesada comandada por el rey portugués y
por la caballería del ala derecha, comandada por Jorge de Lencastre, segundo duque de Aveiro, que también pereció durante la batalla.
La segunda línea (infantería) fue comandada por Vasco da Silveira y la
tercera línea o retaguardia (también de infantería) por
Francisco de Távora.
Con la artillería posicionada en primera línea, el enfrentamiento se anunció con un intercambio de disparos
de mosquete y artillería por parte de ambos
ejércitos, que se cobró la vida de Thomas Stukley, comandante de los
voluntarios italianos, que fue alcanzado por una bala
de cañón.
"¡Morid, sí, pero despacio!"
La caballería
morisca, superior en número, avanzó rodeando al
ejército portugués, mientras las fuerzas principales
se dedicaban de lleno al combate corporal.
En el centro de la vanguardia del ejército portugués,
los experimentados aventureros comandados por
Cristóvão de Távora avanzaron con gran ímpetu --o les dejaron avanzar-- al tiempo que retrocedia la vanguardi.a morisca.
Para detener el retroceso de sus fuerzas, el cincuentón y debilitado sultán marroquí montó su caballo por
última vez, muriendo a causa del esfuerzo. Su muerte permaneció oculta hasta el final de la
batalla gracias al cordobés Sulaymán del Pozo, lo que --según fuentes lusas-- habría evitado el derrumbe de las tropas marroquíes.
Cerca del campamento del líder moro ya muerto, el ataque portugués perdió impulso después de que el
comandante De Távora se diera cuenta de que estaban demasiado lejos del resto de su ejército, por lo que se había quedado aislado, por lo que comenzó a retirarse.
Al ver sus flancos comprometidos por el ataque de la caballería morisca y la vanguardia que dirigía el De Távora en retirada, el centro portugués perdió la esperanza y fue lentamente sometido. A pesar de que la derrota ya era inevitable, el rey luso rechazó el consejo de otros nobles de rendirse
diciéndoles: "Señores, la verdadera libertad sólo se pierde con la vida".
Los nobles que lo
acompañaron hasta el final --no todos-- fueron arengados por el rey, que les repetía: "¡Morid, sí, pero despacio!", instándoles a no desfallecer y matar al mayor número posible de infieles...
Apenas doscientos supervivientes
lograron regresar a Portugal
Mohammed al-Mutawakil, el sultán saadita del Magreb que había perdido el territorio marroquí y que era aliado de lo portugueses, intentó escapar de la masacre en la que se
había convertido la batalla, pero se ahogó mientras cruzaba el río Uadi.
La batalla terminó después de cuatro horas de intenso combate con la derrota total de los ejércitos
de Dom Sebastião y de Mohammed Al-Mutawakil; dejando 9.000 mil muertos y más de 16.000 prisioneros, incluida parte de la nobleza portuguesa. Solo un par de cientos de supervivientes lograron escapar y regresar a Portugal.
El cadáver del rey luso fue recuperado
del campo de batalla y sepultado inicialmente en Alcazarquivir. En diciembre del mismo año, 1578, fue entregado a las autoridades de Ceuta, que desde 1415 estaba bajo control de Portugal, donde permaneció el cadáver hasta 1580, cuando fue trasladado al monasterio de los Jerónimos de Belém para su definitivo entierro.
La muerte de Dom Sebastião dejó a su país desconcertado, en bancarrota
y con un vacío político que su sucesor, su tío el cardenal Dom Enrique, intentó llenar sin
conseguirlo, lo que desembocó en una irreversible crisis dinástica que solucionó Felipe II al ocupar el país como nuevo rey de Portugal, lo que creó la unión ibérica tras la que --al menos formalmente-- habían logrado el Imperio Romamo, el reino de los visigodos --con la capital en Toledo-- y la invasión de los Omeya en el siglo VIII.
Las tropas de esa cuarta unidad hispana lograda por Felipe II estaban dirigidas por el III Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, que venció a las tropas portuguesas del pretendiente Antonio, Prior de Crato, en la Batalla de Alcántara y conquistando Portugal para el monarca de los reinos y territorios de la futura España, cuya unidad política y jurídica se produjo en la segunda década del siglo XVIII, reinando Felipe V, el primer Bourbon que reinó en la Península y fundó el Reino de España.
[La derrota de los cruzados lusos generó un festejo judaico.
Según la tradición oral, cuando el ejército de los cruzados portugueses llegó a las
inmediaciones de Alcazarquivir dos
anusim [judíos convertidos violentamente al cristianismo] que formaban parte del ejército luso, se dirigieron a los judíos de la ciudad y les revelaron que el rey cristiano,
antes de embarcar para África, había ido a una iglesia de Lisboa para jurar solemnemente que, si
venciese al islam magrebí, obligaría a todos los judíos de aquellas tierras a convertirse al cristianismo, o
«pasaría a cuchillo a todo judío que no aceptara la conversión», tal como hizo su bisabuelo, Dom. Manuel I, con todos los judíos, en Portugal.
Los judíos de Alcazarquivir entraron en pánico pero los rabinos les instaro a que, ieron que, tal como hizo la reina Ester en su tiempo, hicieran un día de ayuno y de oración, implorando a Dios que los
salvase de aquella crueldad.
Cuando las tropas portuguesas fueron derrotadas y su joven rey desapareció, los
rabinos de Marruecos determinaron que a partir de ese año, y para siempre, de generación en
generación, las comunidades harían en el segundo día de Rosh Jodesh Elul, una fiesta de
Purim, con mucha alegría, descanso de todo trabajo y entrega de caridad para los pobres para recordar las maravillas de Dios.
Todo esto fue escrito en una Meguilá, rollo en pergamino manuscrito, del que aun existen algunos
ejemplares en Israel, y probablemente en otros países. Son leídas en las sinagogas y en los hogares
en el día que llaman como Purim Sebastiano, o Purim de Sebastiâo YSV [abreviatura de “Que
desaparezca su nombre y su memoria”].
En el templo de la Tefilá Pintada o de Kalilia, en Tetuán, se tiraban monedas al suelo después de
la lectura del séfer torá para que los niños las recogieran y se alegrasen; además, se daban regalos
a los niños y se hacía una comida; algunos solían comer higos chumbos al mediodía porque, según
la leyenda, Dom Sebastiâo habría muerto en una chumbera.
También se solía leer la Meguilá de los Reyes en hebreo (hay varias versiones), en la que se cuenta
la historia del milagro y se alaba a Dios por su gran merced; también se solía contar en
judeo-castellano el relato de la milagrosa salvación en la sinagoga. Todos los años, el día primero de
Elul [décimo-segundo mes del año civil judaico: agosto, aprox.] se lee en las sinagogas de Tánger y de otras ciudades de la zona española (y ahora también en
algunas sinagogas de la diáspora judeo-marroquí, como en Caracas, Venezuela) la meguilá o
relación del grandioso milagro sucedido a los israelitas el día 1 de Elul del año 5388 de la era
judaica]
Felipe II, llamado el Prudente... ¿acaso para
ocultar que desconfiaba de todo y de todos?...
...¡Familiares incluidos!
El pensamiento y las decisiones de Felipe II han sido pasto de lucubraciones desde que falleció. Ha sido presentado por sus defensores como arquetipo de virtudes,, y por sus detractores, como extremadamente fanático y despótico. Esta dicotomía entre la leyenda blanca y la negra fue favorecida por sus propios actos, pues se negó a que se publicaran biografías suyas en vida y ya enfermo, sabedor de que la carpa le rondaba, ordenó quemar todos sus escritos, incluida la correspondencia.
Era hijo y heredero del emperador Carlos I e Isabel de Portugal, nieto por vía paterna de Juana I de Castilla y Felipe I de Castilla, más conocido como el Hermoso, y por vía materna de Manuel I de Portugal y María de Aragón.
Murió el 13 de septiembre de 1598 a los 71 años de edad, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, para lo cual fue llevado exprofeso desde Madrid en una silla-tumbona fabricada para tal ocasión dada la insistencia del rey en su deseo de expirar allí.
Su reinado se caracterizó por la exploración global y la expansión territorial a través de los océanos Atlántico y Pacífico. Con Felipe II, las monarquías hispanas llegaron a ser la primera potencia de Europa y el Imperio h¡spano alcanzó su apogeo. Por primera vez en la historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados.
En 1534, la emperatriz Isabel [ver ilustración adjunta] escogió a Silíceo, arzobispo de Toledo, como maestro del aún niño Felipe.
Pero al año siguiente, en 1535, el padre, Carlos V, nombró a don Juan de Zúñiga y Avellaneda, ayo o educador del príncipe, pasando Felipe a ser educado solo por hombres, y abandonando la compañía y tutela de su madre.
En 1541, Juan Calvete de Estrella entró en juego como profesor, con el que el príncipe aprendió --amén de castellano-- latín y griego, pero no se le enseñó formalmente ni francés ni italiano, ni inglés ni alemán pese a ser lenguas de países donde gobernó.
El Manifestis probatum [reproducción parcial en la ilustración adjunta] es la bula que emitió el papa Alejandro III, el 23 de mayo de 1179, que declaró el Condado Portucalense independiente del Reino de León, y además se refería a Alfonso Henriques como Alfonso I de Portugal, como su soberano.
Esta bula reconoció la validez del Tratado de Zamora, firmado el 5 de octubre de 1143 por el Reino de León, y por Alfonso Henriques, futuro Alfonso I de Portugal.
El Condado Portucalense [condado de Portugal] se mantuvo como parte integrante del reino de Asturias y más tarde de los de Galicia y León hasta que en Alfonso Henriques se autoproclamó rey.
En poco tiempo los portugueses descubrieron rutas y tierras en Norteamérica, Sudamérica y el Oriente, en su mayoría durante el reinado de Manoel I, apodado o Venturoso y o Bem-Aventurado.
El reino luso, sometido por Felipe II, privado de una política exterior independiente y envuelto en la guerra contra los Países Bajos (Nederlandia), junto al resto de monarquías peninsulares, sufrió graves reveses económicos y políticos en su comercio en extremo Oriente, donde se había expandido gracias a las conquistas de Afonso de Albuquerque; de hecho, durante tres décadas Lisboa concentró en el extremo Oriente casi todos los esfuerzos y los dineros portugueses.
No obstante, en 1530 Joao III inició la colonización de Brasil y las riquezas allí encontradas hicieron que los portugueses giraran hacia el Nuevo Mundo, con la consiguiente pérdida de plazas en el Índico --como en el caso de Ormuz-- frente a otras potencias europeas.
La guerra contra Nederlandia agravó todos los males pues, para colmo, los neerlandeses eran los principales rivales en las Indias Orientales, especialmente en el archipié-
lago de la actual Indonesia, donde Nederlandia había colonizado varias islas, incluida la mítica Java.
Una vez acabada la llamada Reconquista portuguesa, en 1249, la independencia del nuevo reino fue puesta en entredicho varias veces por el Reino de Castilla.
La unión duró 60 años y acabó con violencia
Con motivo de la enésima reclamación del reino castellano, Dionisio I de Portugal firmó junto al rey Fernando IV de Castilla [que era menor y acudió acompañado de su madre la reina regente María de Molina] el Tratado de Alcañices, en 1297, que estipulaba que Portugal suprimía los tratados acordados en contra del reino de Castilla por el apoyo al infante Juan de Castilla, amén de establecer, entre otras cosas, la delimitación fronteriza entre los entonces reinos de Portugal y de León, en la que se incluía la cuestionada localidad de Olivenza.
Los reveses político-económicos en Oriente y la actitud de los cortesanos y del gobierno de Felipe II [en Lisboa temían que Castilla fagotizara el reino luso, tal como ya hizo con anterioridad con los reinos de Galiza y el asturleonés], la unión con las Españas arrastró desconfianzas y el 1 de diciembre de 1640, la nobleza portuguesa, tras haber vencido a la guardia real en un repentino golpe de Estado, depuso a la duquesa gobernadora y virreina de Portugal, Margarita de Saboya, y coronó a Juan IV como rey de Portugal, iniciándose la Guerra de Restauración portuguesa, que fue de baja intensidad pero se prolongó durante casi tres décadas: ¡hasta 1668!, año en que se firmó el Tratado de Lisboa, en el que consta que el titular de las monarquías con las que en 1716 se fundó el Reino de España, Carlos II, reconoce exprofeso la independencia de Portugal.
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