18 octubre 2011

Bélgica poderosa, Bélgica doliente

La sociedad y la economía de la actual Bélgica están condicionadas por cuatro circunstancias:
Primera, es un territorio densamente poblado: 355 habitantes por kilómetro cuadrado;
Segunda, se trata de un Estado inventado en 1831 para crear un "colchón" entre Francia y Alemania y contentar los intereses geopolíticos y económicos del imperialista Reino Unido;
Tercera, el desapego de Flandes (el norte nerlandófono), provocado en gran medida por la otrora pujante Valonia (el sur francófono), que durante el siglo XIX y gran parte del XX impuso sus intereses y su cultura; y
Cuarta, la nueva composición demográfica del país, que durante el último medio siglo ha evolucionado hasta dar la vuelta a tortilla, convirtiendo a la población flamenca o nerladófona en la mayoritaria; además, los inmigrantes y sus hijos constituyen un abanico de minorías con un notable peso económico, social, cultural e incluso político.
Por ende, Valonia no sólo ha dejado de ser el motor del progreso, sino que en algunos aspectos es una rémora, en tanto que la otrora empobrecida Flandes se ha erigido en el principal sostén económico del reino.

Pasado glorioso

Junto al cuadrante noreste de Francia, la mitad suroriental de Inglaterra, Luxemburgo y la cuenca del Rhur alemana, Bélgica fue cuna de la segunda revolución industrial (1850-1870), pero tras la independencia del gran Congo pasó a ser un país con dificultades presupuestarias, agravadas por el desmoronamiento del poderío industrial que floreció al amparo de las minas de carbón, hierro y de la siderurgia —que empezaron a perder fuelle de forma ininterrumpida en los últimos años setenta.
Hasta 1960, año de la independencia del Congo, con el respaldo de las riquezas procedentes de la colonia y gracias al auge minero-siderúrgico Bélgica fue uno de los países más ricos, estables y envidiados del mundo.
Sin embargo, tras la drástica reducción de la rentabilidad minera e industrial de Valonia y una vez independizadas las colonias, la poderosa economía belga pasó a ser doliente y se volcó en los servicios, que a partir de los años ochenta dieron el gran salto hacia delante a causa del creciente protagonismo y a las sucesivas ampliaciones de la Unión Europea, no en vano Bélgica no solo está en el centro de Centroeuropa sino que además —a iniciativa de Charles de Gaulle— Bélgica fue beneficiada con la capitalidad de la Comunidad Económica Europea [CEE, hoy UE].
Coincidiendo en el tiempo y luego a ritmo creciente, Flandes ha experimentado sobre todo a partir de los primeros años ochenta un constante desarrollo, en gran medida debido a su hermanamiento industrial --el socio-cultural solo es lingüístico-- con los Países Bajos.
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[El topónimo Holanda mueve a engaño, pues esa región solo es parte del territorio del Reino de los Países Bajos, monarquía hija de las antiguas Provincias Unidas, de las que también formaba parte Flandes, incluida la comarca de Duinkerken (Dunquerque), ciudad flamenca que pasó a manos de Francia. 
Los nexos económicos existentes entre quienes habitan a ambos lados de la frontera flamenco-neerlandesa --solo limitados socio-culturalmente por las históricas diferencias entre católicos y luteranos todavía hoy perceptibles-- marcan la economía e influyen poderosamente en el escenario político belga]
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El país de la logística

Las regiones federales de Flandes y Bruselas [la ciudad-región bruselense está formada por 17 comunas o ayuntamientos] aportan en torno al 75 % del PIB de Bélgica, en tanto que Valonia (el sur francófono), cuya capital histórica y económica es Lieja, vive un lento pero constante empobrecimiento, siendo a fecha de hoy una de las pocas regiones de Centroeuropa cuyo PIB por habitante está por debajo de la media de la UE.
Bélgica posee una extraordinaria infraestructura de transportes (puertos, aeropuertos, canales, ferrocarril y red viaria), lo que unido a su ubicación le permite cumplir un relevante y rentable papel logístico.
Prueba de su poderío logístico es Amberes, que se ha convertido en el segundo puerto del Viejo Continente, solo superado en movimientos por el de Róterdam.
La producción belga está orientada a la compra de materias primas y bienes materiales, su transformacióo y exportación de productos con elevado valor añadido: acero, automóviles, alimentos que importa y transforma, diamantes que también adquiere para su procesamiento y posterior comercialización.
Bélgica también es una gran exportadora de electricidad, pues posee ¡siete centrales nucleares!; así como metales no ferrosos, plásticos, un amplio abanico de sustancias químicas y tejidos.
Las importaciones más cuantiosas son las de hidrocarburos y alimentos, el país está muy muy lejos de ser autosuficiente.
En 1944, Bélgica y Luxemburgo constituyeron un único mercado comercial y monetario, compartiendo divisa, el franco belga-luxemburgués [vigente hasta la instauración del euro, 1 de enero de 2002], período durante el que armonizaron sus políticas económicas y fiscales, dotando a Luxemburgo de una serie de singularidades que contribuyeron a atraer depósitos e inversiones que también beneficiaban a Bélgica. 
A fecha de hoy, desde que se implantó la moneda única, los atractivos fiscales perviven en gran medida en el gran ducado y sólo benefician a la banca transnacional y al Estado luxemburgués, no a Bélgica.
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Desde los años 80 la deuda pública 
siempre ha sido superior al 90 %

Uno de los problemas que acusa la economía sistémica belga —el más grave en lo tocante a cuestiones macroeconómicas— es la elevada deuda pública acumulada, que desde finales de los años ochenta jamás ha descendido por debajo del 90 % del producto interior bruto (PIB), batiendo marcas y llegando a superar el 120 % a finales de la década de 1990.
No obstante, desde la entrada en circulación del euro los balances presupuestarios se han cerrado casi todos los años con un estricto y ajustado equilibrio y siempre aplicando un extremado rigor entre ingresos y gastos; pese a todo, los sucesivos gobiernos habidos han sido incapaces de reducir la deuda de forma sustancial y Bélgica sigue siendo uno de los socios de la eurozona más peligrosos y de los que más desconfianza teórica inspiran al respecto —el ejercicio más positivo fue el de 2004, a cuyo cierre la deuda pública era del 94,3 % del PIB; ese ejercicio también fue el más alto desde 1990 en cuanto a crecimiento del PIB, con un alza del 2,7 %.
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Desajustes medioambientales

A causa de la elevada densidad poblacional, unida a su casi plana orografía y a su ubicación geográfica, pues está en la costa del corazón industrial del occidente europeo, Bélgica sufre crecientes problemas de índole medioambiental.
Así, por ejemplo, según reveló el informe Sewageladen belgian water worst in world (2003), las aguas de los ríos belgas eran las de peor calidad de toda Europa, en gran medida debido a los vertidos industriales. 
Tanto es así, que el mismo informe subrayaba que Bélgica estaba —y según las últimas referencias, sigue estando— entre los diez peores países en cuanto a la calidad de las aguas de los 122 analizados, entre los que figuraban todos los del Viejo Continente.
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¿Un solo reino y dos Estados?

Ese y otros deterioros, junto a los desajustes socio-económicos interterritoriales, amenazan con empeorar el escenario debido a que emponzoñan cada vez más las históricas diatribas políticas e institucionales y de un tiempo acá también culturales y sociales, entre Flandes y Valonia, entre belgas francófonos y belgas nerlandófonos.
Hasta los primeros años noventa, esa lid solo producía periódicos rifirrafes que solo eran graves en el orden económico e interpartidario, pero nunca socialmente.
En la actualidad y en gran medida a causa a la recesión económica derivada del estallido financiero iniciado en EE UU en otoño de 2007, el asunto desata pasiones sociales y pese a que hace ya más de tres décadas que se inició la progresiva federalización del reino, la posibilidad de mantener una sola  monarquía pero dividida en dos Estados confederados, que solo consensuarían las políticas de Defensa y de Asuntos Exteriores, ya se plantea abiertamente como una solución racional y factible.


AMPLIACIÓN (marzo 2016)
Bélgica es el país europeo que en términos relativos
ha acogido a más migrantes

Los atentados perpetrados por varios yihadistas en Bruselas, que han sido reivindicados por el Estado Islámico (ISIS) o Califato Mesopotámico, sumados a la participación de activistas de ciudadanía belga en los atentados que sufrió París hace unos meses han actualizado una vieja pero rara vez ventilada característica de Bélgica: la elevada presencia de inmigrantes de religión musulmana, en su mayoría magrebíes.
Hasta los años ochenta del pasado siglo, Luxemburgo y Bélgica fueron los países de Europa que en términos relativos (teniendo en cuenta su población) acogieron mayor número de migrantes, y no sólo procedentes del norte de África y de su ex colonia (el Congo), sino también del sur de Europa, destacando los italianos, españoles y portugueses, la mayoría de estos afincados en los años cuarenta, cincuenta y primeros sesenta en las áreas urbanas de Amberes, Bruselas y sobre todo en el sur del país, contratados por empresas mineras, en las industrias siderúrgicas o sus auxiliares y en menor medida en el sector servicios.
Con el paso del tiempo los migrantes del sur europeo se integraron sin problemas relevantes y sus hijos y nietos son y se sienten tanto o más belgas que el rey, en tanto que los migrantes procedentes de países musulmanes han configurado minorías diferenciadas por variados motivos aunque casi siempre de raíz moral-religiosa [actualmente, la población musulmana supone el 3,5 % del total y la mayoría reside en la región urbana de Bruselas, donde 2 de cada 10 habitantes son de fe islámica].
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La responsabilidad es compartida, pero ante todo del Estado 

La responsabilidad política de ese fracaso es de sucesivos gobiernos y del poder legislativo, pero las responsabilidades socio-económicas están muy repartidas.
Ciertamente, en Bélgica hay xenofobia (sobre todo en Flandes) y desconfiar de los musulmanes es una actitud generalizada; en paralelo, entre los norteafricanos abundan quienes rechazan el estilo de vida europeo y lo que es realmente grave: son numerosos los magrbíes que (estén "fanatizados" o no) burlan de forma activa las normas de convivencia social del país de acogida.
Resumiendo, cabe decir que unos, los ciudadanos belgas, optaron por desentenderse de los problemas del colectivo musulmán más o menos convencidos de que pese al creciente distanciamiento y aislamiento la minoría islamica no representaba un problema mientras tuviera ingresos [los obtuviera por la vía del trabajo o por beneficiarse de los subsidios por desempleo o por hijo/s, que en Bélgica fueron muy generosos hasta que se inició la actual recesión].
Y los del otro bando, los inmigrantes musulmanes se auto-aíslan cada vez más y, carentes de sentido de futuro como ciudadanos o minoría civil, crean guetos donde el islam y sus predicadores constituyen los referentes colectivos, que infortunadamente enaltecen el discurso que presenta a los seguidores de Mahoma como víctimas de una situación podrida en la que toda la responsabilidad de la fracasada integración e incluso de las desgracias personales son fruto exclusivo del odio (o del miedo) con el que las sociedades y los gobiernos infieles tratan al islam y a sus creyentes. Así de simple y maniqueo.

El caldo de cultivo ideal para el fanatismo

Ante la orfandad u olvido a la que fueron condenados por parte del Estado belga, el islam se convirtió en el refugio y al paso de los años el islamismo fanático es la única guía y esperanza para decenas de musulmanes jóvenes, casi todos ya nacidos en Europa.
Hay barrios bruselenses en los que poco a poco se fueron imponiendo un conjunto de reglas de comportamiento social (normas de vida) islámicas, cual zonas liberadas de infieles en las que está vetada la inmoralidad cristiana de vestir minifalda, por poner un ejemplo fácilmente comprensible.
En los años ochenta, la construcción de esa sociedad paralela constituía un fenómeno incipiente al que se le otorgaba carácter folclórico, y en los noventa ya era evidente que la cosa podía ir a más, como así ha ocurrido. Pero las autoridades belgas no quisieron o no supieron poner coto a esa deriva.
El proceso --aquí muy resumido-- es el que ha generado el estiércol en el que ha florecido el odio religioso, hasta el punto de que en Bruselas existe una especie de secta de elegidos --no organizada formalmente-- que están convencidos de que la violencia es una herramienta útil y legítima religiosa y moralmente (yihad) para transformar social, cultural y económicamente el mundo... ¿?
Las invasiones de Irak y Afganistán más la islamofobia que alimentan los atentados islamistas (Nueva York, Madrid, Londres, París) han enriquecido los argumentos y la sinrazón entre los musulmanes rigoristas que viven y pacen en Occidente. Todo eso y más es lo que eclosiona en lugares que acumulan las condiciones y perversiones necesarias, caso de Bruselas: ciudad donde la suma de errores y las dejaciones han contribuido a fabricar decenas de enajenados dispuestos a emular los "ejemplares éxitos" del ISIS y seguir los "píos consejos" del califa mesopotámico.

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