Zimbabue ha entrado en la Historia de la Economía (y de la ignomina) al haber alcanzado este mes una tasa de paro del 96 %; es decir, de sus aproximadamente 12 millones de habitantes --no hay un censo fiable-- sólo tienen trabajo declarado 480.000. El resto de los zimbabueses, ¡11,5 millones de personas!, viven a salto de mata, básicamente de realizar trabajos no declarados (varias oenegés han alertado de que el esclavismo y la venta de menores ya son pan de cada día) o de la recolección, la caza, la delincuencia, las remesas remitidas por los emigrantes o los subsidios llegados del exterior.
[Por cierto, una vez más queda demostrado que la caridad sólo resuelve situaciones de emergencia, pero el origen de los problemas persiste y estos se repiten más pronto que tarde]
Es más, en torno a seis millones de zimbabueses padecen hambre, de los que entre 1,2 y 1,5 millones acusan grave riesgo de muerte a corto plazo por inanición o a causa de enfermedades derivadas de la subalimentación. A lo que hay que añadir la epidemia de cólera que asuela el país.
La responsabilidad no es de un individuo
El desencadenante fundamental de tamaño desastre humano es el Estado, el régimen que lidera Robert Mugabe, ¡pero no el individuo llamado Robert Mugabe!, ¡ya está bien de reducir las responsabilidades de semejantes desafueros a un presidente enajenado y a sus próximos!
La responsabilidad está repartida entre los miembros de una Administración corrupta, las familias de la reducida pero todopoderosa clase pudiente, los altos mandos del ejército que apoyan al régimen, y la pasividad de la comunidad internacional.
Hay países ricos y respetables dirigentes del mundo civilizado que justifican entrar a saco en Irak o dan consejos financieros a países en desarrollo pero consideran un problema interno lo que ocurre en Zimbabue y se lavan las manos.
Hay países ricos y respetables dirigentes del mundo civilizado que justifican entrar a saco en Irak o dan consejos financieros a países en desarrollo pero consideran un problema interno lo que ocurre en Zimbabue y se lavan las manos.
Hace ya más de un año, cuando el Gobierno zimbabués lanzó una campaña de acoso contra la minoría blanca que todavía reside en la antigua finca de Cecil John Rhodes (Rodesia, los actuales Zimbabue y Zambia), los medios de información y los gobiernos de Occidente dedicaron decenas de páginas y altisonantes declaraciones al bárbaro Mugabe.
Conclusión: unos miles de blancos tienen mucho más valor que 11,5 millones de negros condenados a la indigencia, a la enfermedad, a la violencia institucional y al hambre.
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