02 octubre 2006

EE UU y el oleoducto Asia Central-Pakistán

Afganistán es una pieza clave en la estrategia de Estados Unidos 
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La plana mayor de la Casa Blanca en asuntos de geopolítica se ha reunido con los presidentes de Afganistán y Pakistán. Según la mayoría de los medios de información convencionales, el motivo del encuentro era aproximar posiciones en la lucha contra el terrorismo, argumentando que Al Qaeda disfruta de sólidos apoyos en Pakistán, desde donde son avituallados los grupos insurgentes afganos. Pero la reunión sirvió para algo mucho más rentable.
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El texto que se reproduce a continuación, que escribí en enero de 2003 y fue publicado por el Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, versa sobre una de las claves que explican la insistencia de Estados Unidos en «velar por la seguridad en la región»:
Washington quiere garantizar la construcción del oleoducto que discurrirá desde los campos de extracción de hidrocarburos de Asia Central hasta un puerto de la costa paquistaní, amén de realizar exploraciones en busca de bolsas de hidrocarburos y reservas minerales en suelo afgano.
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El acuerdo de Ashgabat
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En 1977, al amparo del entonces todopoderoso, omnipresente e "infalible" Kremlin, las repúblicas soviéticas de Kazajistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán asumieron el encargo de Moscú de abrir negociaciones con los gobiernos de Kabul y Islamabad para construir un oleoducto que atravesaría Afganistán y remataría en la costa paquistaní. La sempiterna inestabilidad política afgana y las obsesiones anti-indias de Pakistán (la URSS e India habían suscrito un tratado de amistad y cooperación) impidieron que la propuesta fructificara.
Una vez derrocado el Sha de Irán, cuya política pro norteamericana impedía todo diálogo Teherán-Moscú, el régimen estaliniano se animó a proponer a los ayatolás chiitas la idea de construir un oleoducto que permitiera transportar el crudo de Asia Central hasta el puerto de Bandar Abbas, a orillas del Golfo Pérsico, justo en el Estrecho de Ormuz. Pero las guerras internas y externas en que se embarcaron los teócratas iraníes frustraron la negociación.
Sin embargo, 25 años después del primer intento de construir un oleoducto específicamente diseñado para aliviar los problemas estratégicos de los campos petrolíferos de Asia Central, finiquitada la URSS y domado el arisco Afganistán, en los últimos días de 2002 por fin se firmó en la capital de Turkmenistán, Ashgabat, un convenio para hacer realidad el oleoducto afgano-paquistaní.
El recién suscrito acuerdo multilateral ha sido posible gracias al amparo de Washington y a los compromisos adquiridos por un abanico de inversores de nacionalidad diversa que actúan en coordinación con el Banco Asiático de Desarrollo (brazo ejecutor del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en el continente asiático).
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Un consorcio controlado desde Washington   
La ejecución de la obra proyectada, cuyo presupuesto ha sido cifrado en 2.100 millones de euros [valor diciembre de 2002], ha sido confiada al consorcio Chalyk Holding, que tiene sede en Ankara (Turquía), aunque en su accionariado figuran media docena de inversores norteamericanos que son en realidad quienes controlan el "holding".
El convenio, al margen de cuestiones económicas, tiene una enorme trascendencia geopolítica; cosa que, una vez más y por desgracia, ha sido obviada por la mayoría de analistas institucionales e independientes de Europa occidental --máxime en España, donde la noticia ha pasado prácticamente inadvertida.
La posibilidad de que las elevadas reservas de crudo y de gas [sobre todo del segundo] de las repúblicas de Asia Central pueda ser embarcada en la costa del Índico resta valor estratégico a la región del Cáucaso, donde se dilucidan pleitos territoriales (algunos disfrazados de pugna religiosa) que tienen origen en los derechos y rentas que proporcionan los oleoductos que transportan crudo desde el oriente del mar Caspio hasta los puertos del mar Negro.
Las reservas de hidrocarburos existentes en Asia Central (Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajastán y Tayikistán) son por su cuantía las segundas más importantes del mundo, por detrás de las existentes en la región que conforman la Península Arábiga y Mesopotamia.
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Las petroleras desconfían de Bush
El pacto suscrito en Ashgabat supone un triunfo para las grandes compañías petroleras y el grupo de inversores estadounidenses embarcado en el asunto. Pero en honor a la verdad y para facilitar la futura tarea de los historiadores dedicados a estudiar los detalles del pasado, es obligado subrayar que ese triunfo ha sido pergeñado sin que intervinieran los asesores de la Casa Blanca más cercanos a George W. Bush. Es más, los arrebatos belicistas del presidente de EE UU amenazan con frustrar el éxito del sector más pragmático de la Administración.
Por otro lado, el acuerdo de Ashgabat es un revés para los geoestrategas saudíes, iraníes y rusos, a los que por razones fácilmente comprensibles interesaba mantener en segundo plano la oferta de petróleo de Asia Central y, al tiempo, perpetuar las restricciones que pesan sobre las exportaciones de crudo y gas de las ex repúblicas soviéticas, cuyos gobiernos están obligados a negociar con un sinfín de interlocutores para transportar su petróleo hasta el mar Negro.    
Aunque el oleoducto afgano-paquistaní no estará operativo antes del año 2012 --según previsiones que los propios inversores han considerado muy optimistas--, los dirigentes de Moscú y de Teherán están obligados a replantear su política de alianzas en la región.
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Los efectos en el tablero del Cáucaso
En paralelo, los líderes de la región caucasiana, sean chechenos de uno u otro bando, así como los gobiernos georgiano y azerbayano, entre otros, deberán tener en cuenta que la ubicación de sus países perderá valor estratégico porque los oleoductos que desembocan en el mar Negro dejarán de ser imprescindibles para las multinacionales petroleras y para los exportadores de crudo de Asia Central.
En el tablero internacional hay peones, máxime si poseen petróleo, que pueden plantar cara al mejor estratega e incluso dar jaque mate al rey del más bregado ajedrecista.
Si el acuerdo de Ashgabat sale adelante, los nuevos zares económicos de Rusia y los ayatolás, las bandas armadas del Cáucaso y los amigos del río revuelto que pululan en la región, todos sin excepción, perderán capacidad de maniobra.
Tiempo al tiempo.
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TEXTO relacionado:
1 septiembre 2014: «Los yihadistas en el Despacho Oval y los gaseoductos de Eurasia», por Nazanín Armanian, en PÚBLICO.

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