[Este texto fue publicado por el Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, en 2005]
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Al margen de convencimientos ideológicos, de intereses económicos, de comodidades, de inhibiciones, de miedos legítimos o de prejuicios, ¿cabe dar por buena la tesis conforme la cual las barbaries perpetradas en Nueva York, Madrid y Londres se deben exclusivamente al fanatismo religioso de unas decenas de radicales?
Sinceramente y a solas consigo mismos, ¿cuántos ciudadanos de Occidente consideran creíble la cantinela de que una perversa interpretación del islam constituye la única motivación ideológica, religiosa, espiritual o política que empuja a miles de humanos a cometer actos de violencia ciega?
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Al margen de convencimientos ideológicos, de intereses económicos, de comodidades, de inhibiciones, de miedos legítimos o de prejuicios, ¿cabe dar por buena la tesis conforme la cual las barbaries perpetradas en Nueva York, Madrid y Londres se deben exclusivamente al fanatismo religioso de unas decenas de radicales?
Sinceramente y a solas consigo mismos, ¿cuántos ciudadanos de Occidente consideran creíble la cantinela de que una perversa interpretación del islam constituye la única motivación ideológica, religiosa, espiritual o política que empuja a miles de humanos a cometer actos de violencia ciega?
Analizando con elemental rigor la información disponible, ¿son razonables las teorías con las que la mayoría de los gobiernos explican el odio que Occidente inspira en millones de personas residentes en Marruecos, Argelia, Egipto, Nigeria, Somalia, Arabia Saudí, Siria, Irak, Irán, Pakistán, Yemen o Indonesia?
La mayoría de los dirigentes de Occidente dan por cerrado el análisis y, de entrada, demandan la condena de la violencia (en este caso, la islamista), sin más y sin profundizar.
Por ende, esa condena debe ser irreflexiva, como si los ciudadanos necesitaran constantes ejercicios mecánicos de sensatez.
Cualquiera diría que existe el peligro de que los neoyorquinos, los londinenses o los madrileños aplaudan a los insensatos que estrellan aviones contra edificios o ponen bombas en transportes públicos.
¿Acaso los líderes de Occidente creen que el ciudadano común alimenta dudas a la hora de repudiar la violencia ciega?
¿A qué responde esa infantil insistencia en exigir condenas que constituyen un bálsamo psicológico, nada más, carente de prolongación efectiva en las decisiones de las instituciones?
¿Alguien cree que las manifestaciones colectivas de dolor y de repulsa, sumadas a la violencia de una invasión puntual harán recapacitar a los partidarios de hacer política a tiros y con bombas?
Los dirigentes del Occidente democrático parecen empeñados en evitar que la ciudadanía piense, racionalice los hechos e identifique las causas por las que cientos de seres humanos recurren a la violencia ciega para combatir males reales o imaginarios.
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El terrorismo tiene variadas raíces que van más acá
y más allá del disfraz y excusa de la religión
Las causas por las que un grupo de activistas se suicidan en un piso de Leganés tras haber matado a decenas de madrileños, o los motivos por los que un hombre o una mujer se suicida haciendo explotar una bomba en un autobús londinense son de origen variado. En mayor o menor grado, hay motivos personales y colectivos, religiosos y económicos, psicológicos y políticos, incluso culturales.
Con independencia de la enajenación que puedan sufrir los protagonistas de esas acciones, jamás actúan por un solo motivo, tampoco por causas exclusivamente religiosas, ni por simple odio, ni porque acusen un trastorno temporal.
Nunca hay un solo motor, sino que se da una suma de condicionantes y circunstancias mezcladas en proporciones que son difíciles de precisar y que los gobiernos no parecen interesados en analizar con detalle.
Nunca hay un solo motor, sino que se da una suma de condicionantes y circunstancias mezcladas en proporciones que son difíciles de precisar y que los gobiernos no parecen interesados en analizar con detalle.
¿Quién acusa un grado de enajenación más grave y preocupante para el conjunto de la humanidad: el iraquí de dieciocho años que movido en última instancia por razones religiosas o por patriotismo se lanza contra una patrulla del ejército invasor con una bomba adosada al abdomen, o el general y los oficiales de un poderoso Estado que ordenan o consienten la tortura sistemática de los prisioneros?
La lista de preguntas es interminable y las conclusiones, inquietantes.
Las condiciones personales y sociales, así como las motivaciones por las que miles de humanos justifican o practican el terrorismo no se dan por generación espontánea. Todo europeo y norteamericano sensato acaba reconociendo que para paliar o erradicar el terrorismo es imprescindible identificar y combatir las causas que lo generan: ¡Todas!
Sin embargo, la mayoría de los dirigentes occidentales satanizan e incluso castigan (judicial o socialmente) a quienes razonan e identifican las raíces de la violencia ciega.
Iniquidades macroeconómicas, abusos comerciales, rapiña de recursos naturales, discriminaciones raciales y religiosas, marginaciones legales, agresiones financieras, pandemias evitables...
¿A quién le extraña que un grupo de desheredados congoleños, somalíes, nigerianos, indonesios, tamiles o filipinos recurran a la violencia porque nada tienen que perder, salvo malvivir en la miseria y asistir impotentes a la muerte de sus hijos por inanición o por un simple catarro?
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La mayoría de los activistas
tienen profundas cicatrices vitales
Ciertamente, hay personajes siniestros (Bin Laden, por ejemplo) que justifican la violencia aduciendo razones radicalmente ajenas a los intereses fundamentales del ser humano. Pero los que se suicidan matando, los que colocan bombas en trenes de cercanías o los que justifican esos actos de violencia irracional son personas de carne y hueso que, ¿para qué engañarnos?, actúan por resentimiento, por desesperación, por convicciones irracionales, por venganza, por lo que sea...
Pero las condiciones para que existan asesinatos políticos las creamos entre todos.
Mientras los dirigentes políticos y económicos de los países ricos se nieguen a analizar con detalle y sin prejuicios los orígenes del terrorismo, los Bin Laden dispondrán de caldos de cultivo idóneos en los que pescar insensatos convencidos de que el asesinato es útil para poner coto a la discriminación racial, a las leyes hechas a la medida de los ventajistas, o a las matanzas de tribus amazónicas para talar bosques milenarios, y un largo etcétera.
La barbarie terrorista es consustancial, entre otras cosas, a la barbarie económica y cultural y de estas dos taras --mal que nos pese-- también somos responsables los que disfrutamos de las ventajas del aluminio pagando la bauxita a precios de hambre a los países donde se extrae... Hay mil ejemplos para ilustrar las iniquidades que perpetra Occidente por acción o por omisión.
Hay que condenar el terrorismo, adoptar medidas policiales y judiciales al respecto, capturar y juzgar a los asesinos y a quienes les justifican... Pero todo será inútil si se obvian los males y las situaciones que alimentan la violencia, pues los terroristas muertos o encarcelados serán sustituidos por otros desesperados.
El fanatismo mata, pero mata más por cerrar los ojos.
Gracias Félix por recuperarnos este texto. Las reflexiones que ofrece son imprescindibles para comprender la actualidad.
ResponderEliminarPor si algún lector/a de Im-Pulso tiene interés en profundizar recomiendo esta serie documental de la BBC. Ofrece algunos apuntes realmente interesantes..
El poder de las pesadillas
Saludos,
David
Totalmente de acuerdo con el contenido de este artículo.
ResponderEliminarCada vez más imprescindible. Cada vez más, imprescindible.
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