21 junio 2010

Los criterios socio-laborales del fútbol profesional son "ejemplares"

A partir de esta tarde, millones de civilizados europeos estarán ante el televisor para ver los partidos del campeonato mundial de fútbol de selecciones nacionales.
Jabulani es el nombre comercial elegido por Adidas para el balón oficial de Sudáfrica 2010, palabra zulú que significa regocijo, celebración, alegría... Un concepto sudafricano para una pelota pensada por ingenieros de la Universidad de Loughborough (Gran Bretaña):
«Con únicamente ocho novedosos paneles 3D, sellados térmicamente y por primera vez moldeados esféricamente con goma EVA y poliuretano termoplástico, el balón posee además una redondez de una precisión exacta», así fue descrita oficialmente la pelota...
Pero hay detalles menos regocijantes:
Los balones de Adidas se confeccionan en la ciudad pakistaní de Sialkot, en un taller cuyos trabajadores fabrican una versión menos sofisticada de la pelota, la destinada a la venta al público. Cada balón requiere una media de dos horas y treinta minutos de trabajo, de modo que cosiendo 12 horas diarias cada empleado produce 5 unidades, por cada una de las cuales cobra 60 céntimos de euro; es decir, 3 euros al día... ¿Cuánto gana un futbolista profesional?, ¿cuánto los empleados y directivos de la FIFA?...
Sin olvidar que un alto porcentaje de los trabajadores de Sialkot son niños y adolescentes.
MÁS detalles, en PERIODISMO HUMANO.

4 comentarios:

  1. Como siempre las grandes corporaciones sacando beneficios de nuestro aborregamiento. Encima querrán que nos creamos que en Sudáfrica todo funciona a las mil maravillas y la gente no se muere de hambre hacinada en guettos.

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  2. Bonito asunto, como la gran mayoría de las que proceden de la mente mercantilista de estas empresas. Lo enlazo. Apertas.

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  3. ¿Y cuánto ganan los directivos de esas empresas, que han dado con la genialidad de pagar a un muerto de hambre para que fabrique un artículo que no puede comprar y vendérselo después a un europeo al que no están dispuestos a pagar para que lo fabrique?

    Un saludo

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  4. El oficio de los mercaderes en la antiguedad se basaba en adquirir bienes allí donde eran abundantes -y, por lo tanto, baratos- y venderlos después en otros lugares donde resultaban escasos, a un precio, consecuentemente, más elevado. El beneficio del mercader, debía cubrir los gastos de su viaje y compensarle por los riesgos que corría durante el trayecto.
    En las últimas décadas, sin embargo, asistimos a la aparición en escena de una nueva clase de marchantes -potentados económicos, aunque, a la postre, personas concretas con nombres y apellidos, que comen, orinan y defecan como todos nosotros, aunque se encuentren ocultos por el anonimato-, a quienes podríamos llamar los mercaderes del sudor. Esta nueva clase de individuos se dedica a comprar el sudor a precios miserables en determinados sitios y venderlo a un alto precio en otros, quedándose con enormes plusvalías. La diferencia se encuentra ahora en que el objeto con el que se trafica no es ya exótico, dado que podría producirse en cualquier parte. El beneficio se obtiene en base al grado de explotación al que puede ser sometido el ser humano en un país u otro. Un país donde buena parte de los ciudadanos encuentran dificultades para alimentarse, donde carecen de derechos y seguros sociales, donde no libran siquiera, del trabajo, los fines de semana, ni cogen vacaciones ni se jubilan hasta que enferman gravemente y se mueren, es el ideal para esta clase de negocios inmorales. Son los nuevos esclavos digamos...”voluntarios”. Se acabó el transporte de aficanos en barcos negreros. Ahora es más barato trasportar la fábrica a donde viven ellos y así dan menos problemas.
    ¿A qué me suena aquello de la explotación del hombre por el hombre? ¡Ah, perdón! Marx ya está bien muerto y enterrado tras el desastre comunista. Por favor, no sea usted anticuado. Ahora vivimos bajo el soplo de nuevos aires de libertad, sobre todo para los individuos -repito, con nombres, apellidos y paraíso fiscal de cabecera- que mercadean, sin escrúpulo ni remordimiento alguno, con el sudor de los desgraciados.

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