23 febrero 2011

Treinta años despues, nadie ignora que el 23-F fracasó porque la derecha fue torpe

¡Ya han transcurrido 30 años desde que los franquistas intentaron parar el reloj de la historia! 
En 1981, el escenario económico, social y político de España era bien distinto del actual. Gobernaba un partido, la Unión de Centro Democrático (UCD), creado básicamente por franquistas conscientes de que convenía cambiar, pero nada más conocerse los resultados de las elecciones de 1979 (las primeras que se celebraban tras la aprobación de la Constitución de 1978) la UCD sufrió el despiadado acoso del franquismo irredento y de sus aliados mediáticos.
La operación de acoso y derribo de los franquistas "democráticos" fue orquestada por Alianza Popular (AP), el partido de los irredentos, que contaba con aliados en el seno de la propia UCD y cuya finalidad era crear un gran frente ultraconservador del nacionalismo español, cuyo resultado final fue el Partido Popular (PP).
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[En el PP siguen conviviendo desde elementos de la extrema derecha y del ultranacionalismo franquista hasta tecnócratas de ideología equívoca y democristianos, aunque estos tienen cada vez menos influencia en favor de los ultracatólicos. Prueba de esto es que Herrero de Miñón, uno de los más destacados miembros de la proscrita democracia cristina clásica a la europea, ha tenido que abandonar el PP] 
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Adolfo Suárez, el líder de la UCD que asumió el reto de ser el instrumento del rey para hacer posible y creíble el tránsito de un régimen autoritario a una democracia parlamentaria, fue abandonado por casi todos. Pocos fueron los barones de la UCD que se enfrentaron a quienes apostaban por crear un gran partido de derechas pilotado por franquistas. Entre los pocos centristas sinceros que apoyaron a Suárez cabe destacar a Francisco Fernández Ordóñez, número uno de la corriente socialdemócrata, y a Landelino Lavilla, que encabezaba el colectivo de democristianos de corte liberal [ojo: liberal no es sinónimo de neoliberal; conste también, para que nadie se llame a engaño, que el liberalismo de Esperanza Aguirre y afines es falaz y ajeno al respetable liberalismo clásico].
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En 1979, Solidaritat Catalana
era la franquicia electoral
catalana de la derechista AP,
partido en el que eran 
numerosos los cuadros
relacionados con la derecha
franquista que alimentaba
el golpe de Estado.
Uno de los principales
impulsores  y dirigentes de
Solidaritat Catalana fue
Joan Rosell, que hoy lidera
la CEOE y es uno de los
soportes fundamentales
del "pacto social" que
el zapaterismo ha artillado
para burlar la crisis financiera
internacional, que en España
se ha visto agravada por la
burbuja inmobiliaria y el
vaciado de las cajas de ahorros.
¿Modernizar o acomodar?
Mientras tanto, en el PSOE ganaban terreno los posibilistas y los partidarios de ¿modernizar? el partido, empeñados en consolidar el bipartidismo conservadores-socialdemócratas, arrinconar al PCE y a todas las formaciones de izquierda, reducir a la mínima expresión los movimientos y organizaciones sociales surgidas durante el quinquenio 1974-1978, incluidos los sindicatos y las poderosas asociaciones de vecinos existentes en numerosas ciudades, así como alimentar la percepción de que el franquismo ya era historia pese a que no era así.
En definitiva, en el PSOE triunfó la tesis de pasar página a costa de lo que fuera y centrar esfuerzos en el ordenamiento sistémico de la economía y, con ese fin, hacer las paces con la todopoderosa derecha socio-económica --incluidos los franquistas--, que seguía (y sigue) controlando los principales resortes de poder: desde la judicatura hasta la banca y las cajas, pasando por las empresas públicas y todos los organismos autónomos del Estado, lo que condujo a que la práctica totalidad de los altos funcionarios de la Administración y del ejército nombrados durante el fraquismo siguieran en sus puestos, al margen de que una minoría de ellos sí se hubiera comprometido realmente con la consolidación del régimen democrático.
El debate parlamentario para relevar a Adolfo Suárez en la presidencia del Gobierno --que sería sustituido por el sincero centrista Leopoldo Calvo-Sotelo-- fue precedido de tensiones de todo orden y, salvo para quienes cerraron los ojos, era evidente que la derecha franquista se había dividido en dos bandos complementarios: unos apostaban por regresar al pasado y los otros por una monarquía que, entre otras medidas, recortara el poder legislativo en beneficio del ejecutivo.
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El 23-F fracasó porque la mayoría
de los comprometidos se echaron atrás
A estas alturas nadie duda de que durante los meses previos al 23-F se celebraron encuentros que propiciaron la confluencia formal de dos propyectos: el de los partidarios de un golpe de Estado clásico y los que apostaban por una solución que conservara formalmente la monarquía democrática. Todo indica que el general Armada era el bonaparte de un régimen que mantendría activo el parlamento, aunque supeditado a la jefatura del Estado y "al servicio" del gobierno. 
La toma del Congreso, que fue precipitada y/o acaso forzada por el sector más impaciente y recalcitrante de los confabulados, fue la primera opción que quedó desactivada debido al incumplimiento de sus compromisos por parte de varios altos mandos militares [sólo el capitán general de València, Miláns del Bosch, movilizó efectivos], lo que dejó a los asaltantes del Congreso fuera de juego, máxime cuando Armada se negó a ser la autoridad militar, «por supuesto», que el ultra Tejero anunció en la Cámara. 
En fin, que las confabulaciones del 23-F no fracasaron porque el sistema democrático estuviera consolidado, sino porque las familias franquistas discrepaban entre sí y porque el grueso de los mandos militares permaneció fiel a su comandante, el rey y este, que con toda probabilidad conocía el plan Armada, llegado el momento optó por esperar y comprobar quiénes y cuántos se sumaban al "golpe blando".
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CON POSTERIORIDAD:
«El rey "mostró comprensión" con los golpistas del 23-F».

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