ETA asesinó a Yoyes para silenciar a quienes proponían
abandonar las armas y hacer política
Hoy, María Dolores Yoyes González Katarain [Ordizia, 14 mayo 1954 – 10 septiembre 1986] habría cumplido 60 años pero fue asesinada a los 32 por orden de Artapalo, la dirección de ETA, con el objetivo de destruir los significados de la singular vasquista a la vez que castigar su regreso al País Vasco español, lo que para el fundamentalismo vasquista constituía una "traición".
Quitando la vida a Yoyes la cúpula lanzó una advertencia a los cada vez más numerosos etarras que por aquel entonces ya planteaban la necesidad de abandonar la vía armada. No era la primera vez que miembros de ETA apostaban por renunciar a la violencia, pero nunca antes habían sido tantos ni lo habían manifestado con tanta naturalidad e insistencia.
más etarras eran
partidarios de
enfundar las pistolas?
Aparte de consideraciones de índole personal de las que apenas existen testimonios fiables, el auge de los partidarios de abandonar las armas se debía a que en el verano del 86 existían posibilidades ciertas de que el Estado español asumiera algunas de las propuestas que Domingo Txomin Iturbe Abasolo exponía en Argel a los emisarios enviados por el Gobierno de Felipe González.
Los partidarios de hacer política eran cada vez más numerosos porque los hechos habían probado la inutilidad de la violencia y, además, la historia indica que en los países desarrollados con regímenes parlamentarios las balas y las bombas causan efectos contrarios a los que se pretende con sangre.
Esa y otras circunstancias llegaron a ser debatidas tanto informal como oficialmente en varias reuniones celebradas en Francia.
La propuesta de abandonar las armas también concitó lógica expectación en la izquierda vasquista, en el nacionalismo vasco y en la sociedad en general.
Esa y otras circunstancias llegaron a ser debatidas tanto informal como oficialmente en varias reuniones celebradas en Francia.
La propuesta de abandonar las armas también concitó lógica expectación en la izquierda vasquista, en el nacionalismo vasco y en la sociedad en general.
Los etarras partidarios de hacer política contaban con el apoyo de quien por aquel entonces era el dirigente con mayor peso en ETA, Txomin, partidario de recurrir a las armas sólo si era necesario ejecutar «acciones de carácter defensivo».
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Un reportaje falaz e inoportuno
Involuntariamente, la revista Cambio16 reforzó la convicción del sector purista de que si Yoyes seguía opinando, habría que silenciarla para siempre. La publicación del reportaje titulado «El regreso de la etarra» tuvo efectos positivos, aunque pocos, pero fue inoportuna y letal para Yoyes porque el texto afirmaba que se había acogido a las medidas de reinserción arbitradas por el Gobierno, lo cual era falso; y lo que es peor, el reportaje incluía opiniones positivas sobre el plan gubernamental dando a entender que reflejaban la posición de la ex etarra al respecto, lo que también era mentira.
El reportaje contó con la colaboración (intoxicación) de alguien del PSOE y próximo al Gobierno [nunca se ha sabido con exactitud quién], que con la intención de explotar políticamente el regreso a España de la antifranquista y poner en valor la vía de la reinserción, dio por hecho que la exetarra se había acogido al plan guberamental.
La difusión de la falacia conforme la cual Yoyes se había acogido al programa de los socialdemócratas provocó que en la cúpula etarra la balanza se inclinara definitivamente a favor de eliminarla.
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La perversa utilidad del maniqueísmo
La dirección de ETA consideró que era necesario matar a la traidora para solucionar los problemas internos y externos de credibilidad que acusaba ETA por dos motivos:
* Primero, porque el asesinato demostraría que Artapalo estaba decidido a castigar con máximo rigor a quien abandonase ETA, que sería capital para quienes acogieran al plan de reinserción del Gobierno, tal como se suponía que había hecho Yoyes, según difundieron casi todos los medios [el reportaje de Cambio16 obtuvo generalizado eco en prensa, radio y TV], y
* Segundo, porque el asesinato pondría freno al creciente prestigio de Yoyes y al creciente número de etarras partidarios de abandonar las armas, opción que ganaba apoyos en el mundo del nacionalismo vasco en la misma proporción que ETA perdía crédito y admiradores; de modo que matar a Yoyes rompería esa dinámica, según Artapalo.
La cúpula estaba dispuesta a todo para imponer el maniqueísmo: pactar con el enemigo o seguir en ETA, sin margen alguno para el debate ni para otras alternativas.
Por si fuera poco, Yoyes había mantenido enfrentamientos polítios directos, cara a cara, con varios miembros del sector duro o purista de ETA, que era mayoritario en la dirección y a los que desde 1980 ella tildaba de "irracionales" y acusaba de "empujar a la izquierda vasquista a un callejón sin salida".
Más claro: entre los etarras militaristas abundaban quienes habían personalizado las críticas de la exmilitante hasta el punto de que el odio personal pesaba tanto o más que la animadversión política.
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tuvo poder político en ETA
Yoyes se incorporó a ETA a finales de 1971. Su cicerone fue Joxe Etxeberría, Beltza, con quien mantuvo una estrecha relación tanto en el ámbito político como en el personal.
La desaparición de Beltza, que pereció e n Algorta en 1973 al explotar la bomba que transportaba, influyó poderosamente en la actitud de Yoyes, que se tornó más introvertida de lo que ya era de por si y extremadamente precavida en todo tipo de relaciones, máxime en las personales.
Yoyes, racionalista hasta el punto de que parecía insensible pese a que no lo era, fue la primera mujer que accedió a la dirección de ETA al ser cooptada por el comité ejecutivo.
En 1978, el asesinato de Joxe Mikel Beñarán, Argala, a manos del Batallón Vasco-español favoreció a los partidarios de militarizar la vida de todos los etarras y de la propia organización, relegando a segundo plano la política y todo lo personal, ¡opiniones incluidas!
Tan kafkiana situación provocó que Yoyes y otros militantes que habían mantenido una relación de máxima confianza política con Argala exteriorizaran sin ambages sus discrepancias ante miembros de la dirección, sobre todo en lo tocante a la comisión de atentados y a la política de alianzas.
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[Hablar de la política de alianzas de ETA es un tanto absurdo porque en la práctica no existía tal cosa. ETA mantenía una actitud prepotente frente al resto de las fuerzas nacionalistas y de la izquierda, con las que había roto prácticamente todos los lazos]
[Hablar de la política de alianzas de ETA es un tanto absurdo porque en la práctica no existía tal cosa. ETA mantenía una actitud prepotente frente al resto de las fuerzas nacionalistas y de la izquierda, con las que había roto prácticamente todos los lazos]
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Al año siguiente (1979), una vez comprobado que en la dirección seguían ganando espacio los que fiaban casi todo a la violencia, Yoyes comunicó formalmente su decisión de abandonar ETA temporalmente, pero el proceso para formalizar esa ruptura provisional quedó interrumpido debido a que fue detenida y encarcelada en Francia.
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Exilio en México y regreso a Francia
En 1980, una vez excarcelada, Yoyes ratificó su desacuerdo, que en prisión se había acrecentado, y comunicó que abandonaba por tiempo indefinido la disciplina de la organización.
Todo se complicó debido a la creciente agresividad verbal de sus excompañeros (incluidas amenazas más o menos veladas), lo que aconsejaba alejarse lo más posible de ellos, motivo por el que Yoyes decidió emigrar a México.
En la capital azteca la vasquista cursó Sociología y trabajó para Naciones Unidas. Tras cuatro años de estudio y una enriquecedora experiencia profesional, en 1984 González Katarain regresó a Europa, se instaló en París para ampliar estudios y obtuvo el estatuto de refugiada política.
A través de una persona de su máxima confianza que a su vez mantenía relación de amistad con Julián Sancristóbal, a la sazón director general de Seguridad del Estado, la exetarra obtuvo confirmación oficial de que en aplicación de la Ley de Amnistía de 1977 la Justicia española no tenía ninguna causa abierta contra ella porque no había estadò implicada en delitos de sangre; de modo que estableció contacto con Txomin para garantizar que la dirección de ETA asumía sin problemas su regreso a territorio español.
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[En 1979, la dirección de ETA empezó a controlar la vida privada y las decisiones de sus militantes en el ámbito personal, aunque la intensidad de esa vigilancia dependía de las circunstancias de cada militante a la vez que de la situación política española.
Ese control se mantenía e incluso se incrementaba si el/la activista o colaborador/a se apartaba de la organización, como así ocurrió en el caso de Yoyes.
En su huida hacia delante, el sector intransigente de ETA incrementó sus controles para contrarrestar el plan de reinserciones orquestado por el Gobierno de Felipe González.
En el origen de esa decisión, no obstante, figuraban ante todo las conversaciones de Argel, que amenazaban con dejar fuera de juego a los puristas que apostaban por seguir ejecutando acciones violentas de carácter ofensivo.
Otro tanto ocurrió cuando el Ejecutivo de José María Aznar intentó que los dirigentes de ETA, o bien los militantes uno a uno, aceptaran una «rendición recompensada»]
Otro tanto ocurrió cuando el Ejecutivo de José María Aznar intentó que los dirigentes de ETA, o bien los militantes uno a uno, aceptaran una «rendición recompensada»]
Txomin apoyó a Yoyes e impuso su criterio en la dirección, que aceptó el regreso a Euskadi de quien ya era exmilitante pero con una condición: no debía acogerse a las medidas de reinserción.
Esta exigencia era innecesaria porque la exetarra ya había comunicado que era firme partidaria de rechazar la invitación del Gobierno, habiendo dejado claro que rompía con ETA pero que seguía defendiendo y aplicando el criterio de que un vasquita consecuente no debía aceptar pactos de orden personal con el Estado español.
Una de las pintadas con las que ETA intentó desprestigiar a Yoyes (foto, Gerinda Bai) |
En otoño de 1985, Yoyes cruzó la frontera hispano-francesa y regresó a casa de sus padres, en Ordizia. No iba sola, la acompañaban su compañero y su hijo. Días después, los tres se instalaron en Donostia
Ya en 1986, con Txomin desterrado en Argel, la correlación de fuerzas en la dirección de ETA se inclinó todavía más a favor del sector militarista pero Yoyes, que nunca fue persona dispuesta a callar opiniones, siguió criticando las acciones etarras, que eran cada vez más sangrientas.
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[El deterioro político, ético y probablemente también el intelectual de la dirección de ETA alcanzó cotas de máxima irracionalidad en 1987, cuando fue colocada una bomba en los almacenes Hipercor de la barcelonesa avenida Meridiana, atentado que mató a 21 personas e hirió a otras 45]
[El deterioro político, ético y probablemente también el intelectual de la dirección de ETA alcanzó cotas de máxima irracionalidad en 1987, cuando fue colocada una bomba en los almacenes Hipercor de la barcelonesa avenida Meridiana, atentado que mató a 21 personas e hirió a otras 45]
Kubati le disparó por detrás mientras jugaba con su hijo
Las conversaciones de Argel se desarrollaban "lejos", la información circulaba con lentitud y por si fuera poco, los "tiempos" de los tres miembros de Artapalo y los de Txomin no coincidían. Yoyes no parecía ser consciente de que Txomin era el único parachoques que la había protegido con eficacia y pese a la ausencia de este, ella siguió criticando a la dirección de ETA.
Poco a poco, la influencia del argelino declinó hasta desaparecer con su muerte, lo que fue aprovechado por los militaristas para plantear abiertamente la necesidad de poner fin a lo que ellos consideraban el problema Yoyes.
Poco a poco, la influencia del argelino declinó hasta desaparecer con su muerte, lo que fue aprovechado por los militaristas para plantear abiertamente la necesidad de poner fin a lo que ellos consideraban el problema Yoyes.
En la reunión donde se adoptó la decisión definitiva, Mujika Garmendia, Pakito, dictó sentencia sin ambages al ratificar lo que ya había manifestado en varios ocasiones: acusó de traición a la exmilitante, afirmó que colaboraba con el Gobierno español y concluyó su rosario de falacias e idioteces diciendo que sólo había una solución: darle muerte. El encargo de cumplir la sentencia fue confiado a Antonio López Ruiz, Kubati, miembro del comando Goyerri-Costa.
En la tarde del 10 de septiembre de 1986, Kubati se acercó a Yoyes por la espalda mientras ella jugaba con su hijo junto a una caseta de las fiestas de Ordizia. El asesino apretó el gatillo a poco más de un metro de distancia y mató a la vasquista con solo un disparo en la cabeza.
Al final Yoyes ganó la batalla de la democracia.
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