El otrora Comandante Daniel ganó
las presidenciales y reina en Nicaragua
El 21 de enero de 2000, a pesar de obtener el 71,8 % de los votos en la consulta organizada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para elegir a su candidato a la presidencia de la República, Daniel Ortega Saavedra inició su declive. En el congreso extraordinario convocado ad hoc, Ortega fue nominado por tercera vez consecutiva presidenciable del sandinismo a la más alta magistratura y 24 horas despues, rompió con una década de fidelidad ideológica para protagonizar un giro “hacia la moderación”, según anunció.
El sandinismo fue desalojado del poder en 1990 por la Union Nacional Opositora, que bajo el liderazgo de Violeta Chamorro agrupó a casi toda la derecha —incluidos numerosos somocistas—, todo el centro y parte del centro-izquierda —también sociamócratas—. Y en 2001, el presidenciable Ortega, que ya había sido derrotado dos veces —en las convocatorias de 1990 y de 1996—, se presentaba por tercera vez con la esperanza de romper el empate técnico que mantenía con el candidato liberal, el empresario Enrique Bolaños Geyer, según recogían casi todas las encuestas desde el año anterior.
Los sondeos eran propiciosEra la primera vez desde que perdió el poder que el FSLN parecía tener la posibilidad real de recuperarlo.
No obstante, tres meses antes de la votación varios analistas advirtieron de que Bolaños empezaba a decantar ligeramente el fiel de la balanza a su favor porque endureció su campaña criticado los excesos intervencionistas del FSLN en la economía de las personas, lo que causaba temor en los electores mayores de 40 años, a la vez que a los menores de 25 se les encogía el ánimo cuando Bolaños u otra persona recordaba las levas que el sandinismo puso en práctica para crear una milicia revolucionaria en los años ochenta.
Ortega no estaba dispuesto a perder la oportunidad de alcanzar la presidencia por esos temores, tuvieran base real o fueran supuestos o exagerados, por lo que el candidato del FSLN hizo todo cuanto estimó necesario, ¡todo!, para no ser derrotado.
De entrada y por primera vez, el presidenciable sandinista renunció a cantar aleluyas a la clase trabajadora y evitó hacer llamados revolucionarios, incluso evitaba mentar a Sandino... Es más, en los actos conmemorativos del 22.º aniversario de la Revolución Sandinista rehusó ser presentado como el Comandante Daniel, en un intento de acabar con los temores de los empresarios e inversionistas a una contracción de los flujos comerciales y financieros de y con Estados Unidos.
El apoteosis llegó en un mitin del FSLN en el que ondeó la bandera de las barras y las estrellas como “gesto de reconciliación” —alegó Ortega— con la que hasta entonces había sido la denostada “metrópoli del imperialismo económico y del colonialismo cultural”.
Daniel Saulo Ortega
redescubrió a Dios
Ortega se declaró católico pero para no perder votos entre los fieles del segundo culto más popular en Nicaragua, escenificó su conversión religiosa en un templo evangélico con un ejercicio de "ayuno y oración".
Ora sorprendida ora jocosa, la prensa nicaragüense informaba y comentaba a diario de los gestos y las palabras que certificaban la mutación que sufría el líder sandinista.
El paripé religioso del candidato marcó un antes y un después en el seno del FSLN, pues hasta su hermano, el humilde Humberto Ortega, criticó públicamente el desapego al ideario sandinista en el que incurría por “simple oportunismo electoral” quien hasta hacía cuatro días era marxista.
Humberto llegó a vaticinar que el país se vería abocado a la inestabilidad política si su recristianizado hermano ganaba los comicios.
El secretario general del FSLN también reprochó la actitud del antiguo comandante de los guerrilleros que ridiculizaron al ejército de Somoza, y admitió que la evolución hacia la derecha era legítima en tanto fuera personal y confesó que el consevadurismo de Ortega ya era perceptible a inicios de los años noventa, primero "fueron detalles —comentó—, era un cambio más formal que ideológico, pero ahora él toca asuntos capitales y defiende intereses contrarios a la Revolución”, lamentó, para a renglón seguido emplazar a Daniel Ortega a que "si desea renegar de los principios que inspiraron la lucha contra el somocismo, que lo diga, es su derecho..."
El anuncio del fin de la lucha de clases fue de color rosa
Durante los últimos meses de la precampaña electoral del año 2001, un Ortega extremadamente dulcificado ya sustituyó el rojo y negro y la propia bandera del sandinismo por el color rosa y la flor de la socialdemocracia de la llamada Tercera Vía, lanzando mensajes de comedimiento político y de fraternidad interclasista entre todos los nicaragüenses con la finalidad de atraer a la clase media del empobrecido país centroamericano, como si Nicaragua fuera similar a EE UU y los países del Occidente europeo!, donde la clase media y los vastos sectores sociales identificados con ella constituyen el mayor granero de votos...
Las siglas del FSLN también fueron prejubiladas en beneficio de la C y la N de Convergencia Nacional, marca con la que Ortega aspiraba a sumar votantes e incluso militantes sin ideología e incluso derechistas a su personal y cada vez más personalista plataforma, en la que desaparecían la ideología y la realidad nicaragüense, país en el que pese a la ensoñación de Ortega y al falaz escenario que pintaban (y pintan) los ultraliberales y los somocistas democráticos, las diferencias sociales eran (y son) económicamente abismales y políticamente, insoslayables.
Ya entonces, hace dos decenios, Ortega dejó claro que su viaje podía llegar hasta las antípodas ideológicas y lo que en 2001 solo parecía un viraje electoralista se reveló, aunque poco a poco para no asustar votos, como un cambio sustancial, tal como entonces demostró la incorporación de Antonio Lacayo Oyanguren en la Convergencia Nacional (CN), pues se trataba de un muy significado político del ala derechista de la alianza liberal-conservadora que había liderado la expresidenta Violeta Chamorro, en cuyo gobierno fue ministro de la Presidencia.
(súper)realistas
La CN no se constituyó como sujeto electoral porque las listas seguían a nombre del FSLN, pero su renovadísimo líder insistía en que "mi objetivo es que el futuro sea mejor para todos los nicaragüenses; ¡todos!", enfatizó Daniel Ortega cuando anunció la creación de 950.000 puestos de trabajo en los cinco años de su ansiado mandato presidencial, cifra que cabía calificar de espeluznante, absurda e increíble en un país cuya población activa regular sumaba en 2001 poco más de 1.900.000 trabajadores, incluidos los parados que oficialmente figuraban inscritos como tales —aunque eran pocos, apenas el 5 %.
Muy probablemente, esa promesa estaba motivada por otro anuncio de Ortega tanto o más chocante, pues iba más allá de las cifras y se convirtió en un hito político: el sandinista dijo con extraordinaria solemnidad que si ganaba, presidiría un “gobierno de unidad nacional con ministros representantes de los empresarios y los inversores”.
Ya en 2001, Ortega pidió el apoyo de todos para “superar un pasado de enfrentamientos ideológicos” y dejar atrás la lucha de clases —cosas que eran [y son] reales pues la realidad social no se había destensado, sino que incluso han ido a peor—, y apeló “al respeto que merecen todos los gobiernos y todas las ideologías por encima de las tendencias internacionales mayoritarias” (¿?), pues según precisó el nuevo Daniel Ortega, “el sistema económico marca el buen camino”...
El candidato del FSLN y el liberal Enrique José Bolaños Geyer iniciaron y finalizaron la campaña codo con codo en casi todos los sondeos y sin embargo, el 4 de noviembre de 2001 resultó que el todavía formalmente sandinista fue derrotado con 14 puntos de diferencia.
La elevadísima participación, que superó el 90 % del censo, provocó que las encuestas fueran incapaces de detectar la notable ventaja que había logrado conservar durante los meses previos Bolaños, un aseado liberal alejado del economicismo de su predecesor en la presidencia, Arnaldo Alemán. Pero lo que determinó la amplia ventaja obtenida por la derecha no fue la moderación de Bolaños —que también— sino, por un lado, los miles de votantes sandinistas que castigaron al traidor Ortega con la abstención y, al mismo tiempo, porque los escasos centristas —incluidos los de centro-izquierda o progres— existentes en una sociedad tan polarizada como la nicaragüense optaron mayoritariamente por apoyar al verdadero liberal en vez de al arribista que todavía lucía las siglas del sandinismo. No obstante, Ortega había cambiado tanto y de forma tan profunda que, contrariamente a lo ocurrido en 1996, reaccionó con inusitada moderación, incluso reconoció la derrota inmediatamente y felicitó al vencedor.
Todo fue satisfactoria y/o sospechosamente correcto, según las gafas de cada cual.
Por su parte, Bolaños agradeció sinceramente la felicitación de Ortega porque se sentía solo y sabía que debería hacer frente a una incómoda situación, pues estaba condenado a pelear con los líderes de los dos grandes bloques parlamentarios: el ala somocista que representaba Alemán en su propio partido --el liberal constitucionalista (PLC)--, y el moribundo pero todavía poderoso frente sandinista.
El pacto Ortega-Alemán hirió gravemente al FSLN
Gracias a una reciente reforma constitucional —aprobada en el año 2000 con Alemán de presidente— los líderes de los dos bloques larga y furiosamente enfrentados, somocismo y sandinismo, tenían garantizados sus escaños: Alemán por ser el presidente saliente y el sandinista por ser el segundo candidato presidencial más votado en los comicios.
Ese privilegio y saberse por encima del resto de parlamentarios acabó facilitado el entendimiento y la alianza contra natura entre ambas vacas sagradas, que tras superar una prolongada estira y afloja lograron que el FSLN y el PLC aprobaran la reprivatización de los bienes, empresas y servicios nacionalizados después de derrocar a Somoza.
En 2001 y ya derrotado por tercera vez, Ortega siguió sorprendiendo a todos y sobremanera a los sandinistas, pues aseguró urbi et orbi que el FSLN colaboraría por responsabilidad a la gobernabilidad del país, que —todo sea dicho— tocaba fondo: la pobreza se había extendido hasta el extremo de que en diciembre de 2001 más del 50% de la población era pobre, según las referencias utilizadas por Naciones Unidas.
que hizo EE UU
del atentado de
las Torres Gemelas
En la transformación de Ortega también influyó poderosamente el 11S, pues tal como él refirió amargamente con posterioridad se sintió íntimamente humillado al ser relacionado con su amigo Sadam Husseín porque coincidieron en varios eventos internacionales debido a que ambos lideraban formaciones antimperialistas o antiyanquis, por lo que el presidente nica fue acusado de tener vínculos con Bin Laden, cuya imagen fue maliciosamente mezclada con la de Ortega en la propaganda de los ultraliberales y los derechistas, así como por numerosos personajes y personajillos nicaragüenses que se declaraban simplemente buenos católicos u honestos evangelistas.
La ola de rechazo y de odio iniciada en los EE UU contra el terrorismo y contra las personas identificadas con Al Qaeda —aunque nada tuvieran que ver con ese grupo ni con el yihadismo— tuvo un fuerte impacto social y electoral en el patio trasero del imperio: Centroamérica.
Ortega, muy debilitado ideológicamente, cada vez más repudiado por compañeros del frente antisomocista y herido su ego por el fracaso electoral de 2001, empezó a cuestionarse su pertenencia al FSLN, lo que coincidió con la decisión de la cúpula del sandinismo de estudiar la posible expulsión de Ortega si no corregía su deriva.
Desde poco antes de la jornada electoral, exactamente desde el 15 de octubre de 2001, Ortega vivía para más inri una situación personal muy delicada debido a que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH, órgano judicial de la OEA), había admitido a trámite la denuncia presentada por Zoilamérica Narváez Murillo contra el Estado nicaragüense por negar su derecho —como víctima— a ser oída por un tribunal competente ante el que reclamar la celebración de un juicio, pues el poder legislativo no tramitó la solicitud de que se levantara la inmunidad parlamentaria de Ortega, al que ella había denunciado por abusos sexuales y violación,
El 12 de diciembre de 2001 Ortega dio un paso al frente y renunció voluntariamente a su condición de aforado para defender su inocencia, siendo emplazado por la juez titular del Distrito del Crimen de Managua, Juana Méndez, ante quien insistió en que su hijastra y denunciante era el instrumento de una operación cuyo objetivo era destruir su carrera política.
Rosario Murillo, esposa del acusado y madre de Narváez, afirmó que su hija mentía porque odiaba a su esposo de forma compulsiva e irracional. Murillo incluso relató que Zoila “ha desarrollado una personalidad mitómana que ama a la vez que odia el poder”, añadiendo que su hija había denunciado a su esposo para acceder a un cargo institucional aupada por quienes la estaban utilizando.
En menos de una semana, el 18 de diciembre, la magistrada retiró los cargos por considerarlos sin base y prescritos, así de simple, sin apenas reseñar que no existía ningún indicio, ni siquiera indirecto ni testimonio alguno que acreditara la verosimilitud de las acusaciones; ni dejó constancia oficial de que en la decisión pesó que la madre de la denunciante la tildó de mentirosa y la denunció como integrante de un compló contra Ortega y el sandinismo.
Renacimiento personal, entusiasmo colectivo y decepción
El sobreseimiento del caso Narváez parecía inútil, pues el asunto fue utilizado por casi todos los adversarios políticos de Ortega —incluso por miembros del FSLN—; es más, desde la ultraderecha y en ámbitos empresariales llegaron a señalar a la magistrada como sospechosa de parcialidad.
También manifestaron su repulsa al carpetazo judicial varias organizaciones de defensa de los derechos de la mujer y contra la violencia de género.
Las aguas se calmaron y el desenlace favorable del caso Narváez —no obstante, ella mantuvo la denuncia viva en la CIDH hasta octubre de 2008 con apoyo de abogados estadounidenses— marcó el renacimiento de Ortega en todos los ámbitos, incluso en el FSLN, pues el 17 de marzo de 2002, el Congreso Nacional Sandinista fue clausurado con la reelección del veterano comandante Daniel como secretario general.
El segundo de a bordo, el admirado Tomás Borge, junto a otros históricos relegaron diferencias —que las había y no pocas ni pequeñas— para hacer piña con Ortega, comer perdices, ser felices y ser ratificados todos en sus cargos con la finalidad de lavar la cara al comandante y lo más importante: relanzar el sandinismo como alternativa real de poder.
La bonhomía catolicista vs. la codicia somocista
En octubre de 2004, la Contraloría General solicitó a la Asamblea la destitución del presidente Bolaños por negarse a facilitar información sobre el origen de varios millones de dólares gastados en su campaña electoral de 2001, según los acosadores y los acusadores.
El presidente denunció al ala ultraderechista de su propio partido de maniobrar al son de Alemán con el apoyo de Ortega, quien había reactivado su acuerdo táctico con el ultraliberal expresidente, pacto que durante más de un año funcionó sistemáticamente para obstaculizar la aprobación de los proyectos de ley del Ejecutivo y en última instancia si al FSLN le interesara, para defenestrar a Bolaños.
El acuerdo de colaboración Ortega-Alemán era efectivo, tal como demostraron la cúpula del sandinismo y la derecha neoliberal al conseguir que la Asamblea aprobara la Ley de Reforma Parcial de la Constitución Política de la República de Nicaragua, ratificada en enero de 2005 y poco después, sendas leyes para crear la Superintendencia de Servicios Públicos y el que sería el gran órgano reprivatizador: el Instituto de la Propiedad Reformada Urbana y Rural.
Sergio Ramírez,
cofundador del FSLN,
alertó públicamente
del caudillismo de Ortega
Aparte de que el presidente Bolaños y sus escasos diputados fieles denunciaron lo que ante la Justicia describieron como un "intento de golpe de Estado técnico", el histórico sandinista Sergio Ramírez Mercado, retirado de toda actividad política y dedicado a escribir, realizó un cáustico análisis público de las tácticas políticas de Ortega y Alemán, a los que describió como “caudillos que manipulan las instituciones al propio gusto y según sus necesidades personales”. Pero la represión intrapartidaria, los chanchullos ecónomicos y la ausencia de ética revolucionaria del danielismo eran disimulables por motivos fácilmente comprensbles pues todavía hoy son evidentes y no solo en Nicaragua: buena parte de la militancia de izquierdas era (y es) ingenuamente posibilista y sus votantes, desinformados, poco formados o muy bien deformados... El FSLN oficial mantenía vivo el recuerdo de su imagen sandinista, como amigo y defensor de los trabajadores en los populosos barrios periurbanos de las ciudades y en el rural, de modo que logró un sonado triunfo en las elecciones locales de 2004: obtuvo el 43,8 % de los votos y 83 de los 152 gobiernos municipales, entre los que figuraban 13 de las 17 capitales departamentales.
El danielismo se promocionó disfrazado de sandinista
En Managua se impuso el candidato oficialista, Dionisio Marenco Gutiérrez, que se benefició de la excelente gestión del alcalde saliente, Lewites Rodríguez, sandinista que había marcado distancias con la fracción oficialista que ya entonces era conocida como danielista.
En enero de 2005, sus cortesanos advirtieron a Ortega de la creciente popularidad de Lewites, que se manifestó contra la corrupción sin importar el partido al que perteneciera el sinvergüenza de turno, y demandó la celebración de primarias en el FSLN para elegir el presidenciable del sandinismo en los comicios de 2006.
La dirección del FSLN —con mayoría holgada de danielistas— fue expeditiva y, de entrada, expulsó del partido a Lewites y un mes después, en la primera semana de marzo, celebró un congreso en el que los delegados --la mayoría de ellos cooptados desde arriba— proclamaron a Ortega como presidenciable del sandinismo oficial.
A punto de cumplir los 60, el antiguo comandante revolucionario perfeccionnó su hipocresía y cerró su ojo derecho para hacer un guiño a la izquierda y reclamar para su FSLN el ideario "antiimperialista, anticapitalista y antioligárquico", retando a “todos los que pensaban que el FSLN había perdido su esencia ideológica y sus principios (…), el FSLN está más unido, es más fuerte y más consciente que nunca de su historia como fuerza revolucionaria”, proclamó en un arrebato tam exagerado que rechinó en el corazón y en el cerebro de los sandinistas más viejos.
Lewites, junto a viejos militantes sandinistas y a tres miembros de la dirección histórica del FSLN (Henry Ruiz, Luis Carrión y Víctor Tirado) pusieron en marcha el Movimiento para el Rescate del Sandinismo (MPRS), que encomendó a Lewites ser su presidenciable en 2006. Pero fue imposible saber si el reto de los sandinistas fieles al FSLN habría logrado cambiar las cosas porque Lewites desarrolló un cáncer tan agresivo (¿?) que lo mató semanas antes de la jornada electoral, lo que desarboló la nave del sandinismo original.
En principio, Ortega temía el efecto Lewites, por lo que ya en octubre de 2005 el jefe del sandinismo oficial anunció la ruptura del extraño pacto que mantenía con el derechista Alemán, quien pese a estar imputado de graves delitos económicos gozaba de un extraordinario régimen de libertad provisional; tamaña "gracia judicial" le libraba de esperar juicio en prisión y del confinamiento domiciliario.
Ortega nunca dio explicaciones de para qué ni de cómo funcionaba el pacto de palabra que alcanzó con el postsomocismo, ni justificó que lo mantuviera activo hasta tres meses después de la imputación de Alemán.
El jefe del FSLN se limitó decir que habían dejado de existir las causas que justificaron el pacto con el somocismo democrático. Punto.
La derecha ultraliberal, la que todavía alardeaba de sus gestas durante la dictadura de Somoza, exigió la aprobación por la Asamblea Nacional de una amnistía total para su líder a cambio de que sus parlamentarios apoyarían una serie de acuerdos con el presidente o los ministros por él designados y que, en todos los casos, deberían ser negociados previamente vis a vis con el liberal —no ultraliberal ni neoliberal— Bolaños Geyer.
El danielismo moderó la velocidad y ocultó la profundidad
de su derechización apoyando a Bolaños contra Alemán
En una reunión sostenida con el moderado Bolaños, Ortega terció en la lid entre el centro-derecha del presidente y la ultraderecha somocista (o alemanista) para mostrar públicamente su apoyo a Bolaños y anunciar que aceptaba posponer hasta el 20 de enero de 2007 —es decir, hasta después de terminar la Administración Bolaños— el debate y la presumible aprobación de una serie de enmiendas constitucionales propuestas por el FSLN que, entre otras cosas de menor enjundia, recortaban los poderes del presidente para, por ejemplo, prohibirle emitir decretos ejecutivos en materia administrativa, obligarle a obtener luz verde parlamentaria para nombrar altos cargos y para nacionalizar o privatizar todo tipo de bienes y servicios públicos.
En resumen, Ortega aduló al presidente y aisló parlamentaria y socialmente a los alemanistas para un segundo acuerdo entre el FSLN y la derecha, en esta ocasión la moderada que lideraba el presidente de la República, pacto que fue avalado institucionalmente con la denominada Ley Marco para la Estabilidad y Gobernabilidad del País, aprobada por la Asamblea Nacional en octubre de 2005, lo que aupó a Ortega a la calidad de dios de la estabilidad institucional, social y económica, a la vez que ahondaba la división de las derechas y rebajaba tensiones políticas en las calles justo un año antes de las elecciones de 2006.
Ortega levitó y
ascendió a su cielo
En la larga precampaña y en la campaña de los comicios de 2006, Ortega exacerbó la estrategia que ya empleó cinco años antes, en 2001: Mucha moderación y muy escasa ideología "porque todos somos hermanos"...
Para que nadie se llamara a engaño dijo que «la revolución nicaragüese ya está hecha y al igual que la lucha de clases, son agua pasada», teorizó el nuevo Ortega ya viejo.
La plataforma proselitista que amparaba la candidatura de Ortega había sido diseñada y fue coordinada por su esposa, Rosario Murillo, que se caracterizó por su riqueza de matices y posicionamientos harto dispares y también contradictorios, ¡lógico!, pues todo se hacía o tenía una finalidad: conseguir votos para Ortega, el porqué era irrelevante.
Según un documento interno del FSLN sobre la estrategia de comunicación de la campaña, que fue divulgado por la prensa nicaragüense, la oferta programática del FSLN oficial era un "proyecto económico más que político", en sintonía con "las necesidades apremiantes de la población".
Sin profundidad alguna, nadie se ahoga, no es necesario tener barca ni saber nadar… es más, la campaña proponía la “desandinización y la desorteguización” (sic), pues eran fórmulas que reconocían y castigaban el carácter polarizador del Comandante Daniel, que era relevado por el nuevo Ortega, hermano de todos, pacificador y uniformador de voluntades.
Ortega enarboló de nuevo las banderas del pacifismo, la reconciliación, la concordia y …¡la de Dios!; escondiendo los colores y los criterios del sandinismo, poniendo en valor la religión en connivencia con las iglesias Evangelista y Católica, la segunda ya había bendecido con el santo matrimonio a la pecadora pareja Ortega-Murillo, además de haber aceptado la petición de perdón que le había remitido por escrito el FSLN danielista por el mal trato dado a varios obispos durante la Revolución...
El 26 de octubre, en plena campaña electoral, diputados del FSLN contribuyeron a la aprobación de la reforma del Código Penal para tipificar como delito el aborto en cualquier circunstancia, incluidos los casos de violación, riesgo para la vida de la madre y malformación del feto…
Este y otros planteamientos de Ortega y sus correligionarios más leales suponían un giro de 180 grados con respecto al FSLN.
Y el sandinismo fue sustituido por el danielismo
La larga connivencia contra natura con la derecha, primero con Alemán y luego con Bolaños, unida a la alianza con la Iglesia Católica desgastaron el sandinismo, que se vació tanto para recuperar el poder que lo alcanzó exhausto y murió a los pies de Ortega.
Acaso para redondear su obra y dejar meridianamente clara la esencia del FSLN oficial, Ortega escogió como compañero y candidato a vicepresidente a Jaime Morales Carazo, banquero, somocista, exportavoz de la Contra, ministro con Alemán, neoliberal sin matices y víctima de las expropiaciones sandinistas. En el colmo de la hipocresía, la casona a la que se había mudado y donde residía la familia Ortega-Murillo en Managua era una de las propiedades confiscadas a Morales, quien durante años había litigado infructuosamente para recuperarla.
El inteligente fichaje de Ortega unido a la generosidad de Morales acabaron con ese y con casi todos los pleitos planteados por los somocistas.
El líder sandinista ganó las elecciones de 2006 para teóricamente llevar a cabo el programa del pomposamente denominado Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional que, según el nuevo FSLN, rebajar impuestos y privatizar servicios públicos sacará del pozo a Nicaragua, que en 2006 ostentaba la posición 120 en el Índice de Desarrollo Humano confeccionado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Con una renta por habitante inferior a los 1.000 dólares, en 2006 Nicaragua era el país más pobre de América, exceptuado Haití.
[NOTA: Quince años después (2021), la economía social de Nicaragua apenas ha mejorado y ostenta el puesto 99.º en la clasificación PNUD, por delante de solo tres países del continente americano: Guatemala (101.º) Honduras (106.º) y Haití (113.º), cuya población sigue siendo la más pobre de América]
gracias!
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