Lo más sorprendente de cuanto ocurre en la vuelta ciclista a Francia es que todavía haya quienes se sorprenden.
El dopaje y las transfusiones --que son cosas bien distintas-- están al orden del día desde hace años. En los años setenta y ochenta ya se registraron varios casos sonados. ¿Recuerdan el colapso metabólico y la muerte en plena carrera del británico Simpson?
¿Y en la edición de este año? Veamos:
Primera semana de julio: varios ex corredores confiesan públicamente haber recurrido a las drogas (Zabel, Riijs...) y cuestionan la honestidad deportiva de los profesionales.
Primera semana de julio: varios ex corredores confiesan públicamente haber recurrido a las drogas (Zabel, Riijs...) y cuestionan la honestidad deportiva de los profesionales.
18 de julio: Positivo de Sinkewitz (T-Mobile), que tres días antes --camino del hotel-- había atropellado a un peatón tras sufrir un mareo.
19 de julio: La Federación de Ciclismo de Dinamarca excluye a Rasmussen (Rabobank) de la selección para la disputa del Mundial por haber eludido dos controles antidopaje durante los días previos al Tour.
20 de julio: La Unión Ciclista Internacional (UCI) y la organización del Tour cierran los ojos ante la decisión de la federación danesa. Al mismo tiempo, un ciclista aficionado danés acusa públicamente a Rasmussen de haberle encargado drogas en el 2002.
24 de julio: Vinokúrov (Astana) es expulsado porque se había trasfundido sangre, y su equipo decide abandonar la competición.
Y ayer los responsables de Rabobank rescinden el contrato a Rasmussen --líder de la clasificación general-- y, por tanto, el ciclista queda excluido del Tour.
¿Qué ocurre? Nada nuevo. Ocurre que es una competición deportiva organizada para hacer dinero; mejor dicho, ¡para hacer millonarios! Así de simple. ¿Acaso el ciclismo profesional es el único negocio deportivo en el que se consumen drogas y en el que para ¡dar espectáculo y ganar dinero! se recurre a las transfusiones? No. Tiempo al tiempo.
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