04 diciembre 2009

Lo mejor del Tratado de Lisboa es que confirma que la UE existe. Punto

La actitud patriotera de Gran Bretaña siguen siendo el espejo de los euroescépticos  
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Esta semana ha entrado en vigor el Tratado de Lisboa de la Unión Europea (UE), que --resumiendo-- ratifica la existencia de la Comunidad, ¡que no es poco!, adecua su estructura institucional a las últimas ampliaciones, sistematiza y simplifica sus textos legales, y reforma algunos aspectos de la práctica política cotidiana, aunque ninguno de forma sustancial.
El nuevo tratado, cuya redacción requirió miles de horas de trabajo y de negociaciones multilaterales, recibió el primer visto bueno el 13 de diciembre de 2007 en la capital portuguesa, en la reunión que allí celebró el Consejo Europeo (cumbre de jefes de Estado y de gobierno). Y el pasado fin de semana, también en la maravillosa y para demasiados españoles desconocida Lisboa, se celebró la fiesta oficial de su entrada en vigor.
El también llamado tratado de la reforma fue redactado tras fracasar estrepitosamente el proyecto de Constitución Europea que comenzó a fraguarse hace ahora nueve años y que, muy probablemente con disimulada premeditación fracasó durante la presidencia española de turno de la UE de 2002.
Esa malograda constitución, que por descafeinada acabó siendo un brindis al sol, fracasó al ser rechazada en referéndum por franceses y holandeses en la primavera de 2005; lo que abrió una profunda crisis institucional que los euroescépticos aprovecharon con inteligencia para desprestigiar el europeismo.
Las rémoras
El éxito de los euroescépticos --con la clase dirigente británica a la cabeza, representando como siempre los intereses de su metrópolis, EE UU-- fue el éxito de los nacionalismos de Estado que siguen aplicando criterios de nación propios del siglo XIX.
A las maniobras del patrioterismo de Londres se sumaron los falsos europeístas --perfectamente representados en España por el burdo nacionalismo de Aznar y sus adláteres--, que también se dedicaron a torpedear la revisión del Tratado de Niza (el anterior al de Lisboa), cuya reforma fue emponzoñada hasta extremos absurdos; pues el Ejecutivo de Aznar, por ejemplo, planteó cuestiones objetivamente irrelevantes, aunque populares y populacheras, como fue el caso de las representatividades institucionales carentes rigor, carro al que se sumó la Polonia de los hermanos Kaczinsky.
Finalmente, el texto pactado --aunque mutila el proyecto inicial-- ha salido adelante pese a los boicoteos oficiales de Polonia y Chequia, dos países ex soviéticos en cuyas clases dirigentes abundan los fascistas y los resentidos que consideran que la democracia da derecho a defender simplismos económicos de los años cincuenta y sesenta y estupideces morales de raíz religiosa.
Finalmente, aunque con fórceps, se ha aprobado el Tratado de Lisboa que, digan lo que digan, es un paso adelante, ¡minúsculo pero fundamental!, por un motivo: da oxígeno a una UE que desde hace varios años pierde vigor.
Hasta el actual presidente del Ejecutivo comunitario --el ex maoísta y hoy neoliberal José Manuel Durâo Barroso-- ha reconocido que la UE tiene las instituciones adecuadas para funcionar y entrar en un periodo de estabilidad que le permita dedicar su energía a los asuntos que realmente preocupan a los ciudadanos. Ahora cabe esperar que el sinuoso Durâo Barroso y otros como él practiquen lo que dicen...
Las ventajas de la UE siguen estando infravaloradas
A la vista de las campañas anti-europeístas desarrolladas durante los últimos diez años, lo esencial y lo más valioso de este tratado no es el texto en sí, ni siquiera su contenido, sino que permite que la UE siga existiendo. Circunstancia esta que es positiva, máxime si se tiene en cuenta, entre otras cosas, que el caos del sistema --sobre todo en materia económica-- es pan de cada día y que los efectos sociales de la actual recesión se palían en gran medida --sobre todo en Estados miembros como España-- gracias a la unión monetaria (el euro) y a la política de cohesión.
El nuevo texto modifica los anteriores tratados y entre las escasas novedades que incorpora figura la creación del presidente del Consejo Europeo, que ocupará el democristiano y discreto político belga Herman van Rompuy, y el Alto Representante de la UE para la Política Exterior y la Seguridad Común, que será vicepresidente de la Comisión Europea, cargo que ha sido otorgado a la ¿laborista? británica Catherine Ashton.
El Tratado de Lisboa también da mayor protagonismo al Parlamento Europeo, que estrena competencias legislativas en materia de presupuestos y acuerdos internacionales; además de que su autoridad estará en pie de igualdad con la del Consejo de la Unión en una serie de políticas comunes [hasta ahora casi todas las decisiones legislativas se sancionaban en última instancia en las reuniones de ministros de los Veintisiete de las distintas ramas (educación, agricultura, pesca, justicia e interior, economía, etcétera), con el nuevo tratado hay decisiones en variadas políticas que requerirán aprobarse por codecisión; es decir, será preciso arbitrar acuerdos Parlamento-Consejo de Ministros].
El Tratado de Lisboa también regula la iniciativa ciudadana, que permitirá que propuestas apoyadas por al menos un millón de ciudadanos de un número determinado de Estados miembros obliguen a la Comisión Europea a elaborar proyectos legislativos. Y no es menos importante el hecho de que el nuevo tratado prevea el mecanismo por el que un país socio puede desligarse de la Unión.
Derechos fundamentales
Aunque hay tres Estados que se han autoexcluido (Chequia, Gran Bretaña y Polonia), también merece ser destacado que el Tratado de Lisboa incluye la Carta de Derechos Fundamentales, que ratifica y extiende a todos los Estados miembros derechos civiles, políticos, económicos y sociales de los europeos. No obstante, esta carta es en cierto modo innecesaria, pues en la mayoría de países socios no aporta nada nuevo y se limita a refrendar lo ya legislado, pero tiene especial impacto en los nuevos socios del Este europeo, cuyas nuevas constituciones --elaboradas tras la caída del postestalinismo-- adolecen todavía de vacíos e hipotecas autoritarias que ahora deberán corregir.
Poco más aporta el nuevo tratado, aunque conviene insistir en su valor como manifestación cierta de que la UE sigue viva, pero...
CON ANTERIORIDAD: "La Unión Europea cumple 50 años".

2 comentarios:

  1. Em sorprèn que sigues tant optimista amb aquest Tractat.

    A vore si ocórre un miracle i tinc temps de rebatre't punt per punt totes les afirmacions que fas en aquest post.

    Una abraçada!

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  2. ¿Optimista? El tractat no m'agrada, es un tractat de minims. El que pasa es que m'alegro de que s'hagin tencat deu anys durant els que la Comunitat ha estat parada, morta, amb casi be que tota la clase política discuntint detalls que no tenen relaciò amb els grans problemes dels ciutadáns.
    Espero que un cop tencat el "no debat" --¡doncs tot ha estat supeditat a la necessaria adecuaciò de les institucións a l'ampliaciò-- es revitalitzi la construcció europea, encara que sigui pel procediment de les cooperacións reforçades.
    No, no soc optimista; pero celebro la fi del "no debat".

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