Pues bien, el autor de la divertida y didáctica peripecia vivida por el imaginario Gulliver, Jonathan Swift, era irlandés; pero genética y geografía al margen --los recién nacidos nada eligen--, si de describir a Swift se tratara lo primero que cabe subrayar es que destacó por encima de sus coetáneos porque pensaba. Y sabido es que pensar acostumbra a causar dolor cuando se observa la realidad --conste que observar no es ver, sino mirar con detalle; porque lo que se dice ver, solo ver, es de lo más común e intrascendente.
La propensión intelectual de Swift, la sana costumbre de observar, fue la causante de que escribiera
Una modesta proposición, que ya de entrada descubre su contenido: «Es un asunto
melancólico para quienes
pasean por esta gran ciudad [Dublín] o viajan por el campo, ver las calles, los
caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos
de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero
por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar
para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la
vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas
crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país
natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las
Barbados».
Este
no es un libro de macroeconomía --que es la especialidad y visión, junto a la econometría,
a la que desde un tiempo acá parecen condenadas las Ciencias Económicas--, sino
que se trata de un fresco que describe con extrema acritud la realidad social
de la Irlanda del siglo XVIII, entonces todavía colonia del imperio inglés,
cuyos habitantes vivieron sucesivas hambrunas debido a un sistema económico en
el que ya entonces las fronteras eran relativas; de modo que las
plusvalías del rural irlandés emigraban a Londres --en rigor, eran expatriadas.
¿Resultado?
El de siempre: hambre y emigración.
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Observador incansable
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Observador incansable
Swift,
observador incansable, encorajinado por la muerte de miles de niños cada año y
por la miseria de sus compatriotas, propuso que los desheredados --que
equivalían al 90 % de la población de la isla-- se dejaran de pamplinas,
afrontaran la realidad tal cual era y a la vista de que era imposible
cambiarla, vendieran a sus hijos como si de terneritos se trataran como
alimento para quienes pudieran pagar por ellos, los ricos --que en su inmensa
mayoría eran
anglófilos o secuaces de la metrópoli.
El
libro, lógicamente, causó un monumental rebumbio. Entre los ingleses porque los
señalaba como causantes del hambre, y entre los irlandeses porque el sentido
del humor --mucho menos si es negro-- e interpretar en su justa medida las
sátiras eran rasgos intelectuales escasamente extendidos entre las gentes de la
mitad norte del Viejo Continente.
Hoy,
a la vista de que las Ciencias Económicas se han reducido a macroeconomía y
econometría, la propuesta y la sátira de Swift constituyen una lectura
pintiparada para, si más no, observar la realidad con una sonrisa [triste] en
los labios.
Muy interesante, descubrir esta parte del aventurero Swift. Gracias por la senalaciòn.
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