27 noviembre 2011

Egipto: El "padre" Nilo baja gris

A partir de mañana se celebran elecciones legislati­vas en Egipto, convocadas a raíz de que el faraón Hosni Mubarak fuera apartado del poder hace ocho me­ses por una junta militar que inten­ta desactivar una de las llamadas re­voluciones árabes. La vida económi­ca del país está sufriendo un nota­ble deterioro, máxime si se tiene en cuenta que el turismo es una activi­dad clave y la seguridad de las per­sonas es fundamental para mante­ner el flujo de visitantes.
Cifras cantan: el sector servicios aportó en 2010 el 44 % del pro­ducto interior bruto (PIB) y 19 de esos 44 puntos fueron aportados por el turismo, a los que hay que sumar las aportaciones indirectas, por ejemplo vía transportes.
Egipto siempre fue un país de­pendiente de las crecidas del padre Nilo. Sin embargo, el sueño de acabar con ese condicionante empezó a ser posible en 1952, cuan­do un golpe de Estado protagonizado por los llamados Oficiales Libres que lideraba Gamal Abdel Nasser acabó con la mansedumbre económica y presupuestaria de la monarquía impuesta por la ex metrópoli en 1936 [Egip­to había obtenido la independen­cia en 1922, aunque sólo formalmen­te, pues Gran Bretaña mantuvo el control de las decisiones gubernamentales, así como de la economía e incluso la administración del canal].
El régimen nasserista convirtió Egipto en un Estado soberano y de corte socializante, impulsando una planificación económica que emulaba algunos crite­rios de la Rusia soviética, incluido un ambicioso plan de industrialización.
Pero el esfuerzo de Nasser rentó escasos frutos, el agro siguió siendo el sos­tén económico. Hasta bien avanzada la década de los años setenta 6 de cada 10 egipcios ocupados depen­dían de la tierra: en 2010, el sec­tor primario daba empleo al 24 % de ocupados y aportó el 21 % del PIB.
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Industrialización
Nasser falleció en 1970 sin haber con­solidado el sector secundario, entre otras cosas porque la productividad era ínfima debido a la acomodaticia gestión de las industrias de propiedad pú­blica (el 90 % del total), entre otras cosas porque sus trabajadores tenían poco menos que rango de funcionarios.
Solo la industria textil experi­mentó un sólido desarrollo gracias a las generosas cosechas de algodón, que sigue siendo la princi­pal aportación agraria; en 2010 la producción de fibra de algodón superó las 360.000 toneladas, pues la feracidad de las tierras bañadas por el Nilo y la idoneidad del clima permiten completar tres cosechas cada año. 
Pero no solo de algodón vive el campo, Egipto también figu­ra entre los cinco primeros países del mundo productores de arroz, caña de azúcar y naranjas, amén de recoger sobresalientes cosechas de patata, trigo, maíz y una amplia ga­ma de frutas y hortalizas.
Los egipcios también poseen importan­tes cabañas: 3,5 millones de cabezas de vacuno, otras tantas de búfalos, 5 millones de ovejas, 5,5 millones de cabras y una producción de aves de corral que en 2009 superó los 43 millo­nes de animales.
Paradójicamente, el nasserismo se empeñó en desarrollar la industria, pero su gran éxito económico radicó en ejecutar una reforma agraria que revolucionó el rural, no sólo por el salto hacia delante que supu­so la presa de Asuán --que permite controlar las crecidas del Nilo y aprovechar de forma ra­cional sus avenidas--, sino tam­bién porque cambió radicalmente el régimen de propiedad de la tierra.
Durante el período 1952-69, su­cesivos decretos redujeron la ex­tensión de las fincas privadas hasta las 20 hectáreas, redistribuyen­do las tierras requisadas entre los campesinos, que además recibie­ron generosas ayudas para meca­nizar las explotaciones a la vez que se cons­truían almacenes comunitarios y una red viaria para facilitar el transporte.
La política agraria y el control del canal del Suez otorgaron al nasse­rismo un sobresaliente apoyo social, sobre todo en el campo y entre las clases populares de las dos gran­des urbes, El Cairo y Alejandría. A fecha de hoy el rendimiento de las tierras egipcias es uno de los más altos del mundo.
Ese progreso tiene torna, pues la inten­sa utilización de fertilizantes artifi­ciales está generando un problema de compleja solución: las sustancias químicas están alterando el equili­brio ecológico de vastas zonas de la ribera del Nilo, siendo especialmen­te inquietantes la creciente salini­zación del suelo y la aparición de nuevas especies de parásitos.
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Estado ineficiente
La economía egipcia ha pasado de depender del Nilo y de Gran Breta­ña, con el rey Faruk como figura decorativa, a estar centralizada y planificada --el nasserismo llegó a regular hasta los precios--, para finalmente iniciar en los últimos años ochenta una procelosa libe­ralización, consolidándose una economía al estilo de Occiden­te que, no obstante, conserva un fuerte sector público, sobre todo en los servicios --en especial en los transportes, las infraestructu­ras y las telecomunicaciones.
Las únicas industrias equipara­bles a las europeas son el textil, los fertilizantes, los materiales de la construcción (destacando el ce­mento), el caucho y en menor me­dida la automoción, si bien esta se reduce al ensamblaje de piezas importadas.
Egipto también posee yacimien­tos de hidrocarburos, pero lejos del volumen de gas de su vecina occidental, Libia, y de las reservas de oro negro de su vecina oriental, Arabia Saudí; en todo caso la producción propia otor­ga a Egipto cierta independencia ener­gética y reduce notablemente la siempre onerosa factura que supone importar carburantes.
Pero la riqueza más importante de Egipto, no solo por su aporta­ción al PIB, tiene base arqueológi­ca: las pirámides y las reliquias de una civilización milenaria.
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EE UU sustituyó a la URSS
Los principales socios comercia­les de Egipto son Estados Unidos --recambio de la URSS, que du­rante el período 1952-1990 fue aliada geopolítica y socio comercial preferente--, Gran Bretaña, Ale­mania, Francia, Arabia Saudí, Ita­lia y Turquía.
La relación El Cai­ro-Washington se ha consolidado hasta el punto de que en 2004 (último ejercicio del que existen datos contrastados) Egipto ya era el segundo país del mundo --solo superado por Israel-- por el volumen de las ayudas al desa­rrollo (y también con fines no económicos) que la Casa Blanca reparte anualmente: El Cairo recibió 2.000 millones de dólares sin condiciones aparentes, aunque notables en asun­tos geopolíticos.
Durante los años noventa Egipto vi­vió un período delicado debido a que parte de la industria creada por el nas­serismo quedó obsoleta y estaba sobredimensionada; su reordena­ción, desmantelamiento o privatización, unidas a la liberalización total de los precios agropecuarios, generó episodios de desabasteci­miento, propició un déficit galopante (la recaudación fiscal era mínima) y la consiguiente inflación. Para colmo, se registraron graves conflictos sociales y reverdeció la violencia religiosa.
En paralelo se acometía la re­forma de la administración del ca­nal de Suez, que había sido otro puntal económico durante las dos décadas precedentes.
Pero de un tiempo acá, cuando las grandes cifras pare­cían controladas y que el país es­quivaba con heridas leves la crisis financiera internacional, el post­nasserismo --que no ha sabido evolucionar al compás de las di­námicas sociedades cairota y ale­jandrina--, más un Hosni Muba­rak carente de reflejos han desem­bocado en un conflicto de orden político e institucional que ha con­gelado la economía.
Si la junta militar acata los resultados electorales, quizá Egipto enfile la senda del crecimiento que había retomado en los primeros años de este siglo, aunque en todo caso será lento

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