13 noviembre 2011

Nicaragua todavía depende del agro

La economía de Nicaragua ha mejorado sensiblemente desde que fue derrocado el régimen de los Somoza (1979). A pesar de las tensiones y desordenes que todavía vivió el país durante varios años, entonces se inició un período de estabilidad social que propició un crecimiento económico que, aunque lento, en algunos aspectos recordaba el de la década de 1960 y primeros años setenta, cuando el somocismo vivió su mejor época.
Las bondades del somocismo terminaron con la primera crisis del petróleo, iniciándose entonces una etapa cuya descripción económica cabe resumir con dos datos: durante el período 1971-79 la inflación nunca fue inferior al 50 % anual, y tres de cada cinco campesinos y uno de cada dos residentes en las ciudades pasaban hambre o padecían subalimentación.
Tanto durante el período de relativa bondad económica de los años sesenta como en el despegue iniciado en los ochenta ha sido fundamental la explotación de los recursos naturales, sobre todo los agrícolas (algodón, ajonjolí, bananos, café, caña de azúcar, legumbres, maíz), la ganadería —que actualmente experimenta una expansión proverbial— y la minería (oro, cobre, plata, plomo). La mayoría de estas producciones se destinaban y se siguen destinando a la exportación.
Nicaragua, junto a Belice, Guatemala, El Salvador y vastas zonas de México, posee uno de los suelos más fértiles de América debido a los elevados depósitos de material volcánico.
Los principales compradores de productos nicaragüenses son Venezuela, México, sus países vecinos de Centroamérica y sobre todos ellos, Estados Unidos, que tras la Gran Guerra de 1914 sustituyó a Alemania, Francia y Gran Bretaña, que habían sido las potencias económicas más influyentes en Centroamérica y gran parte de Sudamérica durante el siglo XIX y parte del XX --España perdió su hegemonía en ese campo al mismo tiempo que los países se independizaban.
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Reproducción facsímile de la página
publicada en Mercados (La voz de Galicia)
Paradojas del progreso

La industrialización, aunque incipiente, se inició en los años cincuenta, pero paradójicamente el peso de las exportaciones de materias primas en el producto interior bruto (PIB) no dejó de crecer, lo que se debió a que la práctica totalidad de la industria creada eran ingenios vinculados al agro y a la extracción de minerales.
El proceso era perverso, pues Nicaragua —salvo durante los períodos de revueltas y de guerra civil abierta, que suman más de 20 años— aumentaba sus exportaciones al mismo ritmo que crecía su dependencia de agentes económicos extranjeros.
Ese círculo vicioso sobrevivió al somocismo y no empezó a quebrarse hasta los años noventa, coincidiendo con la normalización de las relaciones socio-económicas internas que propició la alternancia en el poder (en 1990 el Frente Sandinista, la coalición de izquierdas que por la vía de las armas desalojó del poder al dictador Anastasio Somoza, perdió las elecciones democráticas a manos de la Unión Nacional de centro-derecha, liderada por Violeta Barrios de Chamorro).
La normalización de la vida institucional tuvo efectos económicos beneficiosos, pues aumentó la inversión, se redujo la fuga de capitales y llegaron inversores extranjeros industriales, aunque estos últimos fueron pocos; lo que permitió paliar las perversiones generadas en el rural por el poderío exportador, donde la miseria apenas se reducía debido a los mejores precios pagados en el exterior por los excelentes productos agropecuarios nicaragüenses, lo que provocaba que los grandes hacendados optaron por vender gran parte de su producción en el extranjero —este fenómeno persiste, pero notablemente reducido.
Todavía hoy, la elevada capacidad exportadora no impide que la balanza comercial de Nicaragua sea negativa, aunque cada vez en menor medida. No en vano hasta hace apenas dos decenios el país importaba casi todo, desde camiones hasta productos lácteos, pasando por todo tipo de bienes de equipo y electrodomésticos.
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Desajustes y retos

A partir de los noventa, aumentó la producción de manufacturas y la importación de productos semielaborados para acabarlos en el país (ensamblaje de coches, por ejemplo), y se desarrolló el sector servicios, sobre todo en zonas urbanas.
Aunque lentamente, la capacidad de compra de los nicaragüenses mejora y contribuye a dinamizar la economía. Si bien, en comparación con Europa, las plusvalías que genera el consumo son muy limitadas, excepto en la capital.
A medida que se superaban los males heredados de la dictadura, el crecimiento económico ha alimentando dos desajustes de compleja solución. Por un lado, el ya citado saldo negativo de la balanza comercial, pues el valor de las importaciones —que además deben ser abonadas en dólares— supera con creces al de las exportaciones, aunque cada vez en menor proporción.
El segundo desajuste es más difícil de corregir: el déficit presupuestario, que llegó a superar el 20 % del PIB. El origen de este mal es tan simple como inevitable, pues se debe a que los gobiernos democráticos han ido asumiendo responsabilidades, pero la capacidad recaudatoria de la Hacienda nicaragüense es reducida.
Peor aún, a fecha de hoy no es posible instaurar una fiscalidad similar a la de los países desarrollados, ni siquiera en términos relativos ni en cuanto a los objetos sometidos a gravamen (por ejemplo, imponer de forma estricta un IVA en el rural a los productos de primera necesidad o utilidad sería, sencillamente, una barbaridad de consecuencias catastróficas, no solo humanas, sino también económicas).
Los retos del Estado en materia económica pasan —en esto hay un consenso generalizado con independencia de las posiciones políticas—, por crear mejores infraestructuras, aunque estas inversiones aumenten el déficit y la deuda; y al mismo tiempo facilitar la creación de empresas y mejorar los servicios de salud y educación.
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País de migrantes

Desde hace ya más de medio siglo la demografía nicaragüense ha sufrido una sangría de proporciones catastróficas. La miseria y la guerra civil forzaron la marcha de miles de personas. Hoy, en torno a 1,1 millones de nacidos nicaragüenses viven en Norteamérica y Europa. La tasa de natalidad sigue siendo una de las más altas del mundo (24 nacidos por 1.000 habitantes y año) y la emigración, también.
Seis de cada diez nicas son mestizos (mezclas de amerindios, europeos, africanos y asiáticos) y el resto, miembros de etnias autóctonas, siendo la miskita la más numerosa; todas mayoritariamente asentadas en el rural.
La población mestiza —que en su inmensa mayoría tiene componente hispano— es muy homogénea, salvo en la costa atlántica, donde abundan los afronicaragüenses.
A partir de 1880 y hasta la década de 1940, Nicaragua recibió sucesivos oleadas de Asia oriental, de los países árabes y de Europa (sobre todo alemanes y franceses).

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