Las economías de Letonia y Estonia fueron una a partir de 1940, cuando ambas repúblicas --junto a Lituania-- fueron absorbidas por la Unión Soviética a raíz del pacto por el que Hitler y Stalin se repartieron el Este europeo.
Ambas eran economías intervenidas y teledirigidas desde Moscú y, sin embargo, una vez caído el régimen soviético y recuperada la independencia (Estonia en 1990 y al año siguiente Letonia) ambas economías han evolucionado de forma harto diferente.
Ambas eran economías intervenidas y teledirigidas desde Moscú y, sin embargo, una vez caído el régimen soviético y recuperada la independencia (Estonia en 1990 y al año siguiente Letonia) ambas economías han evolucionado de forma harto diferente.
Estonia ha sido una de las ex repúblicas soviéticas que más rápidamente transitó a la economía de mercado —solo superada por Polonia—; en tanto que Letonia, menos industrializada y con un amplio sector social profundamente rusófono y pro ruso que era reacio a romper con el pasado, acusó graves dificultades para transformar sus estructuras, de forma que no se acometieron cambios sustanciales hasta 1996.
En el éxito estonio influyó sobremanera que recuperara inmediatamente su histórica relación con Finlandia --tanto económica como social-- y que se desvinculara del rublo ruso con asombrosa rapidez, pues en 1992 ya puso en circulación su propia divisa y subastó su anquilosado sistema bancario, lo que propició una masiva entrada de capitales, destacando los marcos, dólares, francos franceses y coronas finlandesas.
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El amigo finlandés
Estonia también se ha beneficiado de inversiones industriales extranjeras, destacando las finlandesas y en especial las de la multinacional Nokia; lo que ha propiciado la creación de un notable subsector tecnológico, aunque dependiente de Helsinki, según reconocen los propios dirigentes estonios.
Estonia también se ha beneficiado de inversiones industriales extranjeras, destacando las finlandesas y en especial las de la multinacional Nokia; lo que ha propiciado la creación de un notable subsector tecnológico, aunque dependiente de Helsinki, según reconocen los propios dirigentes estonios.
Por si fuera poco, la estabilidad permitió la rápida liberalización de los precios, que ya era casi total en 1994. Actualmente, el Estado sólo controla las tarifas de la energía, los alquileres del amplio parque de viviendas públicas heredado de la etapa soviética y los precios de varios servicios básicos (telecomunicaciones, actualmente en fase de liberalización por imperativo de la UE; el transporte y el suministro de agua potable, entre otros de menor calado). Tan eficiente proceso ha hecho posible que el 1 de enero de este año Estonia se incorporara a la eurozona (Estonia y Letonia ingresaron en la UE en 2004, aunque mal y arrastras).
De momento, la adopción del euro ha tenido efectos positivos, sobre todo para el sistema bancario y para las cuentas públicas, amén de haberse revalorizado los activos del país. Sin embargo, en paralelo, los estonios acusan el encarecimiento de numerosos productos, alimentos incluidos, y se ha desatado una preocupante alegría crediticia a la que el Gobierno trata de poner coto.
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En el ojo del huracán
Mientras la economía estonia ganaba solidez, su vecina del sur, Letonia, tenía graves dificultades para reordenar su tejido productivo y sus presupuestos; motivo por el que ahora es el país de la UE más dañado por la recesión internacional; embate que Estonia ha superado con nota debido a que ya había iniciado los preparativos para incorporarse al euro.
No obstante, hasta 2008 Letonia se había beneficiado de un renovado y dinámico sector bancario, mayoritariamente en manos de entidades rusas, suecas y suizas. Pero se trataba de un espejismo que la debacle financiera hizo añicos. Tanto es así que en la primavera de 2008 los bancos extranjeros tuvieron que garantizar los depósitos de sus filiales letonas, lo que a su vez precipitó el hundimiento del principal banco letón, Parex Banka, cuya quiebra fue evitada en el último momento (noviembre de 2008) por la vía de la nacionalización. La situación era tan precaria que el Gobierno tuvo que recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para no suspender pagos. Con el respaldo de la UE, el FMI habilitó un préstamo de 7.500 millones de euros.
Ese balón de oxígeno tenía torna: Letonia fue obligada a aplicar fuertes reducciones en el gasto público (pensiones incluidas), al tiempo que todas las empresas públicas y de rebote la mayoría de las privadas aplicaron recortes salariales de hasta el 20 %; todo ello a fin de evitar que la divisa nacional, el let, se devaluara en exceso, lo que hubiera encarecido exponencialmente la amortización de la deuda. Prueba de la profundidad de la recesión es que en 2009 --el peor año de la crisis letona-- el PIB descendió un 17,5 % respecto a 2008.
Tras casi tres años de penurias, la austeridad empieza a dar sus frutos --a costa de generalizar la pobreza-- y este año se cerrará con las cifras macroeconómicas del Estado parcialmente equilibradas. La tasa de desempleo, que llegó a superar ligeramente el 23 %, empezó a descender --aunque a bajo ritmo-- a principios de 2010 y también se atempera la emigración, que es una grave hemorragia socio-económica.
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Demografía perversa
Más del 25 % de los ciudadanos bálticos son de origen ruso debido a las migraciones forzadas por Stalin, que expatrió a decenas de miles de naturales estonios, letones y lituanos al tiempo que inyectaba pobladores procedentes del resto de la URSS a fin de rusificar política y económicamente las tres repúblicas. Hoy, los estonios constituyen el 71 % de la población del país y los letones el 60 % del suyo.
En Estonia los ciudadanos de origen extranjero más numerosos son rusos (22 %) seguidos de bielorrusos y ucranianos; en Letonia los de origen ruso suponen casi el 30 %, de la población total, seguidos de bielorrusos, polacos y ucranianos; además, la comunidad rusa conserva elevado poder en Letonia, en tanto que los estonios rusófonos han perdido cohesión y su preeminencia.
Es más, en Estonia el rechazo e incluso el odio a lo ruso son actitudes tan generalizadas y fuertes que el Consejo de Europa y la propia UE tuvieron que mediar y presionar para que la Administración dejara de aplicar medidas administrativas discriminatorias, pues llegó a imponer «exámenes de ciudadanía» a los rusófonos para acceder a empleos públicos.
En Letonia, rusofilias y rusofobias aparte, el problema socio-económico más grave es la emigración. Es el país que acusa la sangría demográfica más elevada del mundo: la tasa media de las sucesivas pérdidas anuales de población habidas durante el período 2000-2009 fue del 1,5 %.
En Letonia, rusofilias y rusofobias aparte, el problema socio-económico más grave es la emigración. Es el país que acusa la sangría demográfica más elevada del mundo: la tasa media de las sucesivas pérdidas anuales de población habidas durante el período 2000-2009 fue del 1,5 %.
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